Su día a día estaba lleno de cosas sin sentido. Cuando entraba en su casa y veía que otra vez la mesa y otra vez arroz o pollo (y como El Quijote), la mirada se le iba al espejo para regodearse en verse encanecer lentamente. Cuando hablaba con alguien y le faltaba el aliento a mitad de frase, y al pararse a respirar miraba el cielo y veía el gris, sin color de color, se veía a sí mismo poniendo la mesa y calculando la altura de los edificios y cuál tendría ascensor.
Y bajo su mirada de siempre la gente no adivinaba más que el azúcar, por favor, sólo eso, cuánto es y joder, otra vez está lloviendo; y sólo sus manos lo veían de verdad, porque sus manos no mentían y hablaban de hombre a hombre con él.
Pero sus manos no eran más que eso, no eran más que la página 29 del manual de anatomía, y entonces él las miraba y se preguntaba cómo era posible que tanta página no hablara de eso.
Sin embargo, él no es más que lo que yo escribo, así que ahora sus manos son de todos y todos podemos ver cómo esas manos tocan el piano para nosotros y el cielo ya no es ni de lejos gris, sino que es del color de un contraste de ácidos. Es un color que no molesta. Y como yo quiero, ahora es un hombre feliz que siempre encuentra la mesa puesta.
Porque lo que no sabéis es que los Rousseaus y los Tolstois son sólo sus manos, nos da igual el resto, sus manos son palabras. Y porque yo quiero, el resto ya no importa, nunca nos ha importado,
en el fondo,
somos felices, aunque no lo parezca.
Pero sus manos no eran más que eso, no eran más que la página 29 del manual de anatomía, y entonces él las miraba y se preguntaba cómo era posible que tanta página no hablara de eso.
Sin embargo, él no es más que lo que yo escribo, así que ahora sus manos son de todos y todos podemos ver cómo esas manos tocan el piano para nosotros y el cielo ya no es ni de lejos gris, sino que es del color de un contraste de ácidos. Es un color que no molesta. Y como yo quiero, ahora es un hombre feliz que siempre encuentra la mesa puesta.
Porque lo que no sabéis es que los Rousseaus y los Tolstois son sólo sus manos, nos da igual el resto, sus manos son palabras. Y porque yo quiero, el resto ya no importa, nunca nos ha importado,
en el fondo,
somos felices, aunque no lo parezca.
un trato es un trato
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