Quiero escribir un poema beat como
Ginsberg,
como Howl,
como si el ordenador fuese una máquina
de escribir
y yo no estuviese despierto a mis tres
de la mañana
sino a las tres de la mañana de unos
años sesenta
con metal líquido tranquilo
flotando sobre las estrellas de nieve.
Un poema de nombres constantes
y de referencias recurrentes
en el que no pensara lo que escribo
y así pudiera callar el miedo a
fracasar y el temblor
de mis manos y la furia de mañana y el
terror de los días y los cementerios hebreos
y las interminables vocales llenas de
mi mareo nocturno;
y que todas las paredes y la montaña
que veo desde aquí
que se ríe de mi falta de sueño y de
mi taquicardia
fueran sólo este trino del piano y
todo se redujese a silencio
y yo pudiese decir que quiero ser libre
sin saber que nunca lo seré.
Mi derrota será como la derrota de
esta fuga de Gould,
una derrota pausada y destruida,
apagada en el incienso de mi
interminable hablar
sobre el mañana.
Quiero escribir un poema como Ginsberg
y evitar repeticiones
para que puedan seguir las palabras
como si no las pensase
en un flujo de consciencia parecido al
del LSD pero barato,
de mi tiempo,
de mi falta de irresponsabilidad y
valor ante la muerte.
Si tengo que morir que todo lo que
pienso de este mundo
se quede escrito aquí y no se apague
y todo lo que jamás dije no se borre
de mi mente cuando apague
este folio
sobre mis dedos rotos de penumbra y de
jabón
con olor a cereza.
Que aquí digan estas letras estas
notas estos árboles estos cielos este incesante cansar de lluvia
fría y oscura
que yo fui libre y fui feliz y me dejé
morir
cuando ya no tuve quién me amara;
que nunca aprendí lo que debía y que
nunca me amaron
como merecí,
pero que no era tan especial como
pensaba ni tan inmortal
como para sobrevivir a mis propias
entrañas arrasando mi creciente consciencia de muerte.
Quiero que se sepa que quise amar y que
me amaran,
morir una vez por la libertad y ninguna
por mi patria y veintitrés por la mujer
a la que amé
y la última frente al bosque húmedo
de Suecia
y la corriente enfermiza del mar
y las eternas luces del amanecer que
ahora es gris mientras no miro lo que escribo y me susurra
que ya queda poco para que se acabe mi
futuro y mi guerra me devore por dentro.
A lo mejor vomito dentro de unas horas
porque no he dormido
y tengo tanto miedo de la vida que me
asusta pensar que respiro cuando duermo
y que no paro durante un momento y
puedo ser libre
y frío
y dulce como las manos de los espejos
de metal;
a lo mejor vomito y después de vomitar
tengo que hacer un esfuerzo por acordarme
de todo lo que no dije mientras tenía
dignidad:
que creía en la vida y en un Universo
finito
y en la cerveza de mañana y en mi
poesía repetitiva
y en Dios cuando pude y en el Che
cuando supe y que
antes de morir pude ver el mar
y arrancarme de dentro todas las
palabras que quería dejar en este mundo
y ver la infinita recurrencia de los
temas una y otra vez
y sentir el calor del sol de verdad y
el frío del mar de verdad
y que sólo quería que me amaran y
nunca me amaron
y ahora que voy a vomitar ya es tarde y
ya no me queda quién me ame
porque ya he dicho todo lo que debía
y me apago lentamente como Ginsberg y
su cigarrillo frente a la ventana,
sobre la máquina,
con el sol apareciendo sobre mi cuerpo
muerto en la música.
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