Nº visitas

domingo, 10 de julio de 2011

Pequeña discusión política.

Justo acabo de cerrar un libro sobre la vida del Che. Repleto de poemas, de canciones, de verdades, de agonía, repleto quizás también de muerte, está ahora cerrado, aquí, al lado.
Y, por ello, me planteo ahora escribir un pequeño discurso político.
Acerca de por qué la izquierda y el anarquismo y la mitomanía y todo.
No es una cuestión de puntos de vista, ni de obstinación. Es una cuestión mera e intrínsecamente humana. Porque prueba que un hombre (un hombre, uno, uno, con un padre y una madre, dos manos, suciedad, hambre, un hombre, con problemas, mañanas, noches, como yo, tan cobarde, como tú, como todos, un hombre) puede decidir que no es así, que no funciona.
Que no, y ya está.
Y levantarse esa mañana, quizás tras las montañas, quizás frente al mar tenso, quizás de noche oscura aún antes del sol, y secarse el sudor frío de la frente: el sudor frío de la frente decidida y llena.
Porque el anarquismo no es utopía sino en que se aplica al hombre. Al hombre necio, cobarde, torpe; a mí. Pero es un ideal único y brillante, un ideal de una frase: que sea yo quien me rija a mí mismo, y que sea yo quien no haga daño a los demás. Que no haga falta el golpe, la amenaza, el dinero, la ley. Que dé la mano al caído porque está caído y el suelo está sucio. Que siga vivo porque el suicidio es negar ayuda. Que no niegue mi responsabilidad ante lo deprimente de este mundo cerrado, negro, casi a punto de dormirse lentamente en una cama de hospital.
Que sea yo el que haga el bien, pero no porque es lo que hay que hacer: que sea mi decisión más limpia, mi única opción, lo único que puedo escoger de mi mente absurda y viva.
El comunismo es más práctico, pero menos humano.
El capitalismo, realista pero déspota.
Y el anarquismo, una idea loca, borracha y necia.
Pero es mejor una idea loca, borracha, necia e irrealizable que defender que una realidad sucia que justificar.