Nº visitas

domingo, 26 de octubre de 2014

Es muy fácil juzgar desde fuera.

Yo he analizado las imágenes de The Wasteland de Eliot.
He leído y comprendido los sonetos de Shakespeare.
He escrito críticamente sobre El Paraíso Perdido.
He hecho redacciones literarias sobre Midsummer's Night Dream.
He analizado contrastivamente el Prometeo de Byron con el prometeismo de Frankenstein.
He leído a Sarah Teasdale, a Ray Bradbury, a Huxley, a Donne.
He leído a Cortázar y a Borges y a Baudelaire.
Mi libro favorito es Cien Años de Soledad y entiendo cada frase y me maravillo ante las metáforas y entiendo sus funciones dentro del mecanismo literario.
He sobrevivido gracias a Bukowski y a Koch.
He memorizado a Calderón de la Barca y a Quevedo y a Garcilaso y a Hamlet.
He leído poesía beat, sonetos renacentistas, poesía medieval, poesía apenas inglesa aún; he leído en castellano, en catalán, en francés, en inglés.
He leído en Old y en Middle English y he escrito sobre ello en términos sintácticos y he hecho redacciones sobre la crítica política en Utopía de More.
Aprendí a los cuatro años y me he pasado toda la vida leyendo.
Entiendo las metáforas de Howl, comprendo el simbolismo de
Do not go gente into that good night,
soy capaz de entender aunque aborrezca la sintaxis de Góngora.
Lo único en esta vida
que se me da bien
es la palabra
(cómo resuena Blas de Otero).
Lo saben Ángel González y Neruda y Benedetti y Gil de Biedma y Marlowe.
Lo único en esta vida
que se me da bien
es la palabra,
ningún texto me da miedo.
Y aquí estoy,
después de haber analizado las imágenes de The Wasteland,
comprendido a Shakespeare,
entendido a Milton,
descifrado a Márquez,
aquí estoy,
paralizado y sin ser capaz de explicarme
ocho
líneas
de poesía.

viernes, 24 de octubre de 2014

Sencillez.

Yo no soy muy inteligente, mi amor, nunca lo he sido, pero las pocas ideas ingeniosas que se me ocurren las comparto contigo frente a una copa de vino para que nos riamos.

Yo no soy muy guapo, mi amor, nunca lo he sido, en tercero de primaria me pusieron a la vez aparatos y plantillas y gafas y la genética tampoco ayudaba, pero tengo los ojos tiernos y los labios suaves y si me lo dijeras olvidaría veintidós años de saberme feo.

Yo no soy muy divertido, mi amor, nunca lo he sido, siempre he sido el payaso graciosillo que habla porque se pone nervioso con los silencios largos, pero cuando se me ocurre alguna ocurrencia o alguna observación graciosa lo único que me importa es que te rías, aunque sea durante tres segundos. Soportaría un open mic en el que la gente me mirara fijamente, la peor pesadilla de los stand-up comediants, mientras tú estuvieras en primera fila riéndote de mi torpeza.

Yo no soy muy atlético, mi amor, nunca lo he sido, tengo un cuerpo desgarbado y soy torpe de nacimiento y más de una vez casi me mato solo, y soy pálido como el iris de mis ojos y tengo los pies planos y me duele la espalda de forma crónica, pero sólo pienso en cuánto me gustaría que me vieras jugar al fútbol una vez, mi amor, una vez, que una vez no fuera a tus ojos desgarbado y torpe sino elegante durante los mismos tres segundos de la sonrisa.

Yo no soy muy romántico, mi amor, nunca lo he sido, el mundo me ha ido quitando todas las tonterías peliculeras y las rosas ya no valen y los bombones ya no valen y San Valentín es la única fiesta del año que ignoro de manera activa; pero me basta mirarnos para entender veintidós siglos de amor humano.

Yo no soy buen músico, mi amor, nunca lo he sido, tengo un oído decente y una voz medio agradable pero me cuesta llegar agudo y a la gente no le gusta cómo canto y tampoco sé componer, y jamás fui buen pianista. Una vez te compuse una canción y fue un desastre, pero lo poco que tengo para poder cantar una y otra vez a Buckley lo haría una y otra vez porque cantar para ti es mejor que cantar para cualquier multitud del planeta.

Yo no soy buen escritor, mi amor, nunca lo he sido, tengo una cierta cultura pero también muchos prejuicios con respecto a la literatura y no soy especialmente talentoso ni innovador, pero reescribiría discografías enteras a poemas.

Yo no soy muy maduro, mi amor, nunca lo he sido, cuando era pequeño no me avanzaron un curso porque emocionalmente no estaba preparado, me da miedo todo, el mundo, la muerte, la angustia, la pérdida, el cambio, el dolor, ser mala persona. No soy maduro, mi amor, pero lo poco que tengo de consciencia del futuro lo pondría en tus manos pequeñas. Siempre he sido muy infantil, mira cómo me río con Chiquito de la Calzada y con Bob Esponja y con los chistes malos de un padre en una boda. No soy maduro, mi amor, pero cuando me miras se me quita el miedo a ser pequeño y paso a ser especial.

Yo no soy muy especial, mi amor, nunca lo he sido, viviré una vida como otra cualquiera y como no tendré hijos nadie se acordará de mí después de treinta años; tampoco

soy muy original, mi amor, como puedes ver estoy cumpliendo a rajatabla el protocolo de escrito de amor de película de hora de la siesta, de la parte del final, cuando la protagonista encuentra esto escrito en un folio en su salón o se lo da un amigo.

Yo no soy nadie más que yo, mi amor, nunca lo he sido. No tengo más. Como dirían los Beatles, I may not have a lot to give but what I've got I'll give to you; no soy lo suficientemente inteligente ni guapo ni divertido ni atlético ni romántico ni buen músico ni buen escritor ni maduro ni especial ni original como para escribir un texto que sepa decir cuánto te quiero, mi amor. Ni siquiera,

se me ocurre una forma alternativa de decir 'mi amor'.

Pero tampoco soy buen cínico, mi amor, nunca lo he sido, no supe controlar el cinismo y ahora soy cínico con respecto a ser cínico y veo la belleza en las canciones de tres acordes y una melodía sencilla y One Too Many Mornings de Dylan me pone los pelos de punta y me gustan más las voces rotas y calladas que las voces operáticas y la guitarra con distorsión limpia más que un overdrive exagerado y los poemas cada vez más cortos con palabras como nieve agua o lluvia y veo la simpleza de regalar una rosa de plástico de los chinos o en decir te quiero de una manera tan anodina o cotidiana como cualquier otra como ésta, aquí, en un rincón de Internet al que apenas se han asomado tres mil personas en seis años de existencia y donde esto languidecerá como languidecen las cosas poco originales que, a veces,

son las más sinceras.

martes, 21 de octubre de 2014

Qué bien te engañas, viejo amigo.

Lo tienes todo diseñado para no verla, viejo amigo, lo sé: no vas a ciertas calles, a ciertas zonas; no escuchas ciertas canciones; has relegado el tema a un dolor latente y gris como el de tu angustia existencial, ahí, sentado entre todos los ayeres, donde de vez en cuando te grita en el oído pero al menos no está perpetuamente haciendo que te marees. Lo tienes todo diseñado, viejo amigo, lo sé. Ella no es especial ni deja a su espacio un aura en la que el oxígeno es más bonito o el cielo más claro; esa silla es una silla cualquiera. Pero maldito sea ese señor que está sentado ahí y no es ella, qué hace, quién se cree. Lo tienes todo diseñado para que su existencia sea algo así como la noción de la muerte: está ahí, pero ahora no quiero pensar, ahora no quiero pensar, para qué me lo voy a permitir. Lo tienes todo diseñado con la eficiencia que te caracteriza, viejo amigo, con esa sonrisa tan tuya que llevas tantos años usando sin sonreír. Pero yo te conozco, viejo amigo: lo tienes todo diseñado, pero las guitarras eléctricas no pueden tapar el ruido todo el tiempo, pero es tan fácil ver que se cae con mirarlo, con una coincidencia espaciotemporal, con un recuerdo.

sábado, 18 de octubre de 2014

El pasado simple es el más literario.

Se conocen desde hace seis meses, ella acaba de terminar Genética Molecular y él Biotecnología, empezaron hablando de plegamientos cuaternarios una noche de agosto y se acabaron plegando ellos sobre la cama deshecha. Él recuerda cómo le dolía el cuerpo de pensar en besarla, cómo las manos se le enfriaron al quitarle el sujetador y cómo olía a tranquilidad; ella recuerda lo torpe que era, sus nervios, su pelo incapaz de ser un pelo normal de fotografía de comunión, sus ojos brillando bajo la única bombilla de la habitación, su piel pálida igual que la pared bajo el cobre.

Se conocen desde hace seis meses, han pasado días enteros durmiendo y hablando del aire y ella se ríe de su concepción de la bioética y él no se ríe porque está demasiado ocupado sonriendo. Han paseado sin darse la mano por las calles de la capital y se han sentado a pensar en el agua y se han desnudado despacio y deprisa y siempre han hablado con franqueza y con ternura.

Ahora hace seis meses que se conocen, y ella está dormida, con un pie por encima de su pierna, buscando calor en otoño porque él siempre había sido una estufa, se habían reído, una estufa, ya llegará el invierno. Ella está dormida con un pie sobre su pierna y él mira sus pies medio cruzados y recuerda una canción que no se atreve a cantar porque ella suele despertarse. Él no puede dormir, no puede dormir, mira el techo y escucha pasear al perro por la casa.

Se levanta con cuidado y busca en el salón un papel y un bolígrafo, y se sienta a la mesa a oscuras. No es Bukowski ni Koch pero necesita decir algo, así que intenta olvidarse de su falta de talento y se arremolina el pelo como hace siempre que está nervioso hasta que empieza a escribir. Y escribe:

'Te quiero y no puedo decirlo. Recuerdo la primera vez que te vi, preguntando en la biblioteca por el Alberts 5ª Edición, no quedan copias, yo tengo uno, te acompaño a fotocopiarlo, qué estudias. Tú estabas cansada de estar todo el día en el laboratorio y yo llevaba todo el día intentando que me cuadrara la gráfica de la práctica de las mitocondrias, y ni siquiera la arena de todo el día nos pudo tapar los ojos. No puedo decir lo que fue besarte porque no lo sé, parecía tan complicado y tan difícil y se nos enredaba tanto la madurez en los ojos y la experiencia en las manos y el dolor en los hombros que no teníamos fe ni saliva para arrancarnos el miedo a mordiscos.

Ahora sé que no quieres. Que no te interesan mis mordiscos. Cuántas veces habremos hablado de lo complicado de las emociones humanas, cuántas renuncias habremos perjurado, pero aquí estoy, seis meses después de verte, cientoochentaytrés días después de conocerte, cientoochenta después de decir en voz alta en una azotea con vistas al mar que no me enamoraría de ti, cientoochenta después de decirte que la quería a ella, aquí estoy descubriendo como se descubren las ironías crueles lo verdaderamente complicado de las emociones humanas. Sé que me quieres, que me quieres algo. Que me miras y sonríes como sonríen los gatos bajo los árboles al ver a los humanos agarrarse a las ramas, como sonríen la nieve y la arena y el agua en la playa, sonreír de reconocer que estamos vivos y de ternura de comprensión mutua, sonreír de truco de magia que no entendemos: sé que me quieres, que me quieres algo, pero no me quieres como yo te quiero.

Porque yo te quiero como para que me folles o me hagas el amor a ritmo de Coltrane y de rock viejo y de Davis y de country nuevo hasta que nos quedáramos sin agua fría en la nevera, te quiero como para que me dieras la mano al pasear pero para protegerme del mundo, apretándola suavemente y mirándome para decirme tranquilo pequeño tranquilo músico loco tranquilo cabeza pesada estoy aquí contigo, te quiero sin querer cambiarte nada porque te quiero tan tú como tú seas, te quiero con tus presagios de ruina y tu visión cínica de la bioética y la división ribonucléica, te quiero como quiero a mi idea de que los virus están vivos, te quiero como para entender el tópico antiguo de que todas las obras de ficción, como en el título de la película de Trueba, hablen de nosotros, yo soy él y tú eres ella o yo soy él y tú eres él, te quiero de la manera más pura y más sincera en la que puedo querer y es tanto que se me cae el techo de las costillas y me planteo si escuchar más música tiene sentido, te quiero como quiero los conciertos y cantar en público, te quiero como al espacio que me rodea cuando estoy en alta mar en el barco de mi abuelo y no hay nada y soy libre, te quiero como para que me folles desde que amanezca como en el poema de Donne hasta que oscurezca como en la canción, te quiero como para que me arranques el miedo a besos, te quiero incondicionalmente, te quiero anarquista y antipatriarcalmente, te quiero como cuando me llevaste a aquella charla sobre replicación y fueron dos horas de dibujar en mi libreta mis dibujos sin talento pero eran todos dibujos de ti atendiendo y sonriendo y nunca te los enseñé pero eras guapa hasta en mis dibujos sin talento y nunca lo verías en mis dibujos sin talento pero no me importa que seas guapa porque te quiero como te quiero a ti, te quiero como al teatro y al postureo y a todo lo que soy, como a las tierras lejanas a las que nunca he ido y como a mi ateísmo, te quiero como odiamos el fútbol, te quiero como quisiera poder decirte cómo pero no puedo porque no puedo decirte que te quiero.'

Firma como siempre y se levanta despacio, y su cuerpo pálido como la pared bajo el cobre resalta en la habitación sin bombillas como un monumento contra un río o la justicia en tiempos de pena. El perro viene a saludarlo, él lo acaricia, le habla bajito al perro con nombre de músico, se viste, coge su guitarra y se va.

Ahora pasa el tiempo, y ha pasado la mañana después en la que hablaron, han pasado las lágrimas de él como pasaron las lluvias suaves en el poema de Teasdale o las generaciones de la Biblia y de Hemingway. Ahora pasa el tiempo, y ya no hablan tanto, y él se pregunta siempre que escucha la canción si es verdad que bebe cerveza para recordar su pelo o si la sabiduría popular no miente al decir que hay cosas que parecen imaginarias, que Shakespeare no mentía, que los sueños de una noche de verano pueden durar más de una noche pero no más de un verano. Se pregunta siempre que escucha la otra canción si es verdad que los tigres llegan de noche con sus voces de trueno y que aún sueña con que ella vuelva y su vida pueda ser otra vez una noche asquerosamente calurosa de agosto con un par de cervezas en la nevera y muchas horas de vivir.

Lo llaman. Es ella, hace dos meses que no hablan. Qué raro, se pregunta. Descuelga y saluda,

y estamos lejos, así que no podría decir si ella está cantando Coltrane o algo de Zeppelin

o simplemente está preguntando si está bien y se despiden en silencio.