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domingo, 14 de febrero de 2016

Te lo tomas todo demasiado a broma.

Una amiga me dijo una vez,
después de mi decimocuarto chiste político,
que se reía mucho conmigo
pero
que si alguna vez me tomaba algo en serio.
Aquello,
la verdad,
me ofendió,
y se lo dije,
y me preguntó que por qué;
que de verdad
pensaba
que no estaba bien que me riera de todo si no era capaz
de saber tomarme las cosas
en serio.
Íbamos andando por la calle en agosto y hacía tanto calor
que no había casi hojas en el suelo porque se habían
roto
todas
en cachitos pequeños
y secos
que se pegaban a los zapatos;
yo empecé a andar más lento
porque necesitaba respirar mejor
para decir cosas que no suelo decir
y le dije que sí,
que es verdad,
que era un payaso,
pero que no era porque no me tomara nada en serio.
El problema es,
aparte de este calor insoportable,
le dije,
el problema es que es todo lo contrario.
El problema es que tengo que reírme.
El Joker, le dije,
el Joker dijo
que la locura era la mejor salida de emergencia;
yo aún no me he vuelto loco
pero supongo que no me quedan tantos tramos de escalera
hasta llegar a la luz verde.
Me río de todo porque,
de hecho,
no me río de absolutamente nada;
porque si no me riese, tendría
que asumir
que ahora mismo
acaban de amputarle la pierna a un niño en Somalia por la metralla
de una mina antipersona;
que ahora mismo
acaba de perder a su madre
una bebé de cuatro meses
por culpa de un tumor cerebral;
que en algún lugar de Siberia hay almacenes
de estos de postguerra
llenos de medicamentos contra la tuberculosis
que nadie usa porque no pueden venderse;
que por cada diez personas que se paran
a hacerle
la reanimación cardiopulmonar
a un señor accidentado,
hay treinta
como yo
a los que les da pánico
contagiarse de algo
si se manchan con su sangre;
que quiero poder creer en que algún día podremos sonreír todos como se sonríe en las películas
pero siempre acaban llegando los del banco
o los de la luz
o la policía
o mi padre
o tu padre
o el tiempo
o un coche demasiado rápido
y entonces sonreímos como podemos
y seguimos adelante.
No es que me ría de todo,
le dije,
me río de todo porque no me río de nada,
y es mejor no reírse de nada riendo
que ser un aburrido que sabe que no puede reírse.
Me miró fijamente y no me acuerdo bien qué me dijo
pero sé que a los tres minutos ya hablábamos de otra cosa
y los árboles seguían iguales y
seguirán iguales ahora, y yo
no me olvido.