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martes, 29 de marzo de 2016

Me recuerdas a Argentina.

Vos me mirás paseando y yo escucho las calles de la Córdoba
que no recuerdo,
me hablás con un seseo inconstante y yo escucho
a mi abuelo
que no recuerdo,
me negás discutir porque no te voy a entender y yo escucho
que nos reímos.
Qué hacés voseando, boludo, si vos
no voseás.
Tenés razón, perdona, tienes razón, cuando hablamos
un rato largo
se me acaba olvidando que no tengo
el cantito;
se me olvida que nunca he visto el Perito ni comido choripán
por las calles de Córdoba en invierno
ni sé qué forma tienen los jacarandás ni a qué sabe
el aire en Buenos Aires
ni la tierra en la pampa
ni el hielo del sur.
Me recuerdas a un frío que jamás he tenido y a unas manos que no recuerdo
tocar,
a señores mayores hablando de Borges y a un pueblo en la montaña en 1950,
a calma con niebla y a humo con olor a asado y a manta y a carpincho.
Me recuerdas tantas cosas que se me olvida el mar y la arena del color de los ojos
de las gaviotas,]
el frío cuando aún hace sol y las plazas de acústica perfecta;
a veces se me olvida incluso el dormir sin ningún motivo
y el césped como goma y la pizza como sal
y las catedrales y los techos y las fuentes en silencio.
Me recuerdas tantas cosas que incluso creas
y puedo ver el sitio que siempre quise y donde nunca estuve
y la gente a la que siempre quise y nunca conocí
y la calma que siempre busqué y a veces me ríes;
me recuerdas tantas cosas que incluso me engañas
y me haces vosear sin ser de allí
y olvidar por un momento que no he visto
tantas cosas
que siempre quise ver
y que quizás ahora
tampoco
necesito.