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miércoles, 30 de octubre de 2019

Argentina


Del mar llega un viento de piedras y aceite
y en la arena noto el frío que canta
el hielo allí donde la nieve fue tierra.
Recojo una piedra pequeña, redonda, lisa
como los huevos de dinosaurio de Macondo
y en ella veo nadar al pingüino
y morir a la ballena;
está mojada de un agua tan antigua,
tan ausente,
que es como una especie de reloj abandonado
que da todas las horas a la vez y me recuerda
que el frío que me limpia la cara
seguirá por ahí mucho después
de que los hijos que nunca tendré olviden mi nombre.
Nos llaman para volver al autobús y se va todo el mundo
y por un minuto, una especie de cristal perfecto
cansado y terrible y fluido y afilado,
me siento tranquilo y bien,
joven como el agua lo fue alguna vez
allí donde la nieve aún no era tierra;
y luego vuelven las piedras pequeñas que me mojan los pies
y el frío que canta
que a ver el mar se viene dos veces.