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viernes, 26 de diciembre de 2014

Desafío estadístico.

Él la mira a ella y ella tiene los ojos verdes,
ella lo mira a él y él tiene los ojos marrones;
pero ella lo mira a él ahora y él tiene los ojos azules,
y él la mira a ella y ella tiene ahora los ojos marrones.
Él la mira y ella tiene un abrigo del color de la nieve en marzo
y ella ve que el lleva una chaqueta de cuero falso que se
cae
en pequeños trocitos
de polipiel y
resacas;
ahora ella lleva una camisa vaquera del color del cielo
y él un abrigo
como el que llevarían The Beatles
en la portada de un disco.
Él sigue mirándola, parece que lo único que los une es esa mirada,
y ella lleva el pelo suelto y largo y como una carretera en invierno,
y ella sigue mirándolo, parece que lo único que los une es esa mirada,
y él lleva el pelo imposible de peinar y como las olas del norte por la tele;
pero ahora él sigue mirándola y ella lleva el pelo recogido en un mañana te llamo
y ella ve que él tiene el pelo corto de a mis padres no les gustaba.
Se ven mutuamente durante todo el tiempo en que se están viendo,
podría ser que fuera un día,
quizás una hora,
quizás bajemos a nivel molecular y que sean transferencias de protones,
quizás subamos a nivel cósmico y que sean órbitas de gas en silencios de reloj,
quizás un verano en un piso desierto
con los suelos de mármol
y el sexo como idioma nacional
y el patriotismo a la sombra de una ternura de sudor;
se ven mutuamente y ahora está claro
que son dos numeritos en una esquina de un cuaderno
lleno de ecuaciones diferenciales.
Ahora se ve claramente que son
dos esferas en un balancín
que no dejan de cambiar
de peso,
que son dos mañanas frente al río intentando entender Shakespeare,
que son todas las manos a lo largo de la Historia que se han querido y se han
amado.
Ahora se ve claramente que están desafiando abiertamente los sistemas predecibles
y se entiende que el amor sea un acto de rebeldía
y se entiende que se vean siempre siempre
tras
la vida.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad.

El mejor poema
que puedo escribir ahora mismo
es que he escrito dos
y los he borrado
y los dos hablaban del paso del tiempo
y de White Wine In The Sun
y de las mañanas de invierno
y de las camas de agosto
y del frío con los amigos
y de las fotos de anteayer
y de los países lejanos
y de cómo quiero escribir un poema dulce y tranquilo
y de que no sé muy bien qué hacer cuando todo el mundo diga que ya es otro año
y yo siga escuchando la misma música
y recordando la misma forma de sonreír
y siga sin saber muy bien
qué son los años
ni por qué
todo me recuerda
a
ti
y a la vida.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Mi mitificación de las canciones.

Te quiero tanto que cada vez
que te miro a los ojos
tengo la misma sensación
que cuando
escucho
Do You Hear The People
Sing.
Y te quiero
tanto,
que cuando,
como siempre,
después de esa canción
viene
I Dreamed A Dream,
y me besas,
tu beso contrarresta
la vida,
y no me dan
miedo
los tigres
que convierten mis sueños
en vergüenza,
los mismos tigres
de Bukowski
que vienen de noche.
Y te quiero
tanto
que cada vez
que te miro a los ojos
tengo la misma sensación
que cuando
escucho
Do You Hear The People
Sing
y se me erizan los pelos del cuello
igual
cada vez
que me besas
y siento el aire frío
de París
igual
cada vez
que me miras
y no me da miedo morir
por la libertad
si me dices
que estás
ahí
a mi lado
sonriendo
frente a mi forma
de emocionarme
con una película.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Stream of conciousness.

Quiero escribir un poema beat como Ginsberg,
como Howl,
como si el ordenador fuese una máquina de escribir
y yo no estuviese despierto a mis tres de la mañana
sino a las tres de la mañana de unos años sesenta
con metal líquido tranquilo
flotando sobre las estrellas de nieve.
Un poema de nombres constantes
y de referencias recurrentes
en el que no pensara lo que escribo
y así pudiera callar el miedo a fracasar y el temblor
de mis manos y la furia de mañana y el terror de los días y los cementerios hebreos
y las interminables vocales llenas de mi mareo nocturno;
y que todas las paredes y la montaña que veo desde aquí
que se ríe de mi falta de sueño y de mi taquicardia
fueran sólo este trino del piano y todo se redujese a silencio
y yo pudiese decir que quiero ser libre
sin saber que nunca lo seré.
Mi derrota será como la derrota de esta fuga de Gould,
una derrota pausada y destruida,
apagada en el incienso de mi interminable hablar
sobre el mañana.
Quiero escribir un poema como Ginsberg y evitar repeticiones
para que puedan seguir las palabras como si no las pensase
en un flujo de consciencia parecido al del LSD pero barato,
de mi tiempo,
de mi falta de irresponsabilidad y valor ante la muerte.
Si tengo que morir que todo lo que pienso de este mundo
se quede escrito aquí y no se apague
y todo lo que jamás dije no se borre de mi mente cuando apague
este folio
sobre mis dedos rotos de penumbra y de jabón
con olor a cereza.
Que aquí digan estas letras estas notas estos árboles estos cielos este incesante cansar de lluvia fría y oscura
que yo fui libre y fui feliz y me dejé morir
cuando ya no tuve quién me amara;
que nunca aprendí lo que debía y que nunca me amaron
como merecí,
pero que no era tan especial como pensaba ni tan inmortal
como para sobrevivir a mis propias entrañas arrasando mi creciente consciencia de muerte.
Quiero que se sepa que quise amar y que me amaran,
morir una vez por la libertad y ninguna por mi patria y veintitrés por la mujer
a la que amé
y la última frente al bosque húmedo de Suecia
y la corriente enfermiza del mar
y las eternas luces del amanecer que ahora es gris mientras no miro lo que escribo y me susurra
que ya queda poco para que se acabe mi futuro y mi guerra me devore por dentro.
A lo mejor vomito dentro de unas horas porque no he dormido
y tengo tanto miedo de la vida que me asusta pensar que respiro cuando duermo
y que no paro durante un momento y puedo ser libre
y frío
y dulce como las manos de los espejos de metal;
a lo mejor vomito y después de vomitar
tengo que hacer un esfuerzo por acordarme
de todo lo que no dije mientras tenía dignidad:
que creía en la vida y en un Universo finito
y en la cerveza de mañana y en mi poesía repetitiva
y en Dios cuando pude y en el Che cuando supe y que
antes de morir pude ver el mar
y arrancarme de dentro todas las palabras que quería dejar en este mundo
y ver la infinita recurrencia de los temas una y otra vez
y sentir el calor del sol de verdad y el frío del mar de verdad
y que sólo quería que me amaran y nunca me amaron
y ahora que voy a vomitar ya es tarde y ya no me queda quién me ame
porque ya he dicho todo lo que debía
y me apago lentamente como Ginsberg y su cigarrillo frente a la ventana,
sobre la máquina,
con el sol apareciendo sobre mi cuerpo muerto en la música.

Justicia poética.

El leñador murió aplastado por una rama de árbol
durante una tormenta;
había tanto viento que la sangre formaba olas
y el color rojo se quedaba quieto frente a la noche.
El pescador se ahogó
después de engancharse con un trozo de red rota
entre las piedras de una playa en Chile.
Su cuerpo fue como un globo durante un rato,
el agua estaba fría y él estaba frío y ningún pez
se acercó a tomarle el pulso.
El encargado del matadero sufrió una parada cardiorrespiratoria
después de una larga hemorragia interna
provocada por la cornada de un toro
en las fiestas populares de su pueblo.
Dicen las enfermeras que su corazón se paró sin mucho esfuerzo,
que durante horas la morgue olió a los ojos de animales con miedo.
El banquero murió
atropellado
por un camión del banco
en un cruce de camino al trabajo.
No había nada en sus huesos rotos que recordase al dinero;
el peso del camión cargado de billetes nuevos hizo aún más difícil para el conductor
frenar a tiempo.
El político se desangró
en la cocina de su casa
de veinte habitaciones
tras recibir dos disparos de un ladrón
que en el fondo lo único que quería era salir con vida.
La alfombra hecha de las pensiones de las viudas
fue una esponja suave y toda la sangre
se quedó allí sin protestar mientras la democracia
se levantaba por la mañana sin ningún problema
para prepararse el café.
El cazador furtivo,
un ario ultraderechista,
murió de malaria
en su cama,
sin nadie que le dijera adiós,
ni un gato que mirase el cadáver,
ni un perro que esperase que se levantara,
el viento a veces se paraba en el quicio de la ventana;
el mosquito que lo infectó sigue posado sobre la rama
del árbol que crece
gracias al cadáver mutilado
de un leopardo.
Al poeta lo mató un vecino
que comprendió
que la mujer de la que hablaba el poeta
en uno de sus poemas
era su esposa.
No hubo pelea.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dolor de espalda.

Soy como el dolor de espalda,
vengo de noche y de día no existo.
Río más fuerte de lo que debería al beber,
bailo al volante en carreteras sin luz,
todas las canciones son mías y sólo yo
las entiendo.
Hace tiempo que cierro la puerta con cuidado
para no despertar a la gente,
nadie duerme cuando siempre duermo
y nadie vive cuando yo me río
en la calle.
Paseo despacio pensando
que mi vida es algo interesante
que debería ser contado
en libros de gente con gusto por la música
y el vino
barato;
no fumo pero
entiendo
la elegancia de fumar mientras se bebe.
No tengo banda sonora y vivo de noche,
no se acuerda nadie de mí y soy como la tierra,
que siempre existe pero rara vez se pisa.
Conozco juegos que te arrancan la vida
y se repiten como fuegos artificiales defectuosos
detrás de la lengua;
escribo mientras amanece
y me tumbo a dormir porque no quiero pensar.
Soy como el dolor de espalda y sólo aparezco
de noche.
Tengo amigos que necesitan pasear
para no
coger el coche
borrachos,
se me secaron los ojos hace años y ahora veo lo que me deja la luna.
No quiero que entendáis nada de mi vida,
mis paseos no son una canción,
quizás cuando me muera me moriré sin más
en un lugar normal con gente normal.
Pero vivo de noche y soy como el dolor de espalda
y encuentro divertido que la gente pasee de día
y que cuando hay luz parece que todo
es distinto.

Como se tortura el sol.

Me torturaré como se tortura el sol,
bajo el whisky miraré cómo mi mano brilla sola;
lloraré como si tuviese miedo en películas de verano,
se me morderán los labios de tanto intentar entenderme.
No veré la carretera mientras los cientoveintekilómetrosporhora
hacen que llorar no tenga sentido con la música;
se me escaparán maldiciones fuera de compás
y Dios entenderá por qué crear es un mal frío.
Escribiré toda mi vida sin llegar a decir
todo lo todo que me arranca la frente;
dejaré sin argumentos a los optimistas más comerciales
y odiaré todo por querer vivir demasiado.
Escribiré toda mi vida y no diré porque no sé cómo
que no tengo nada más que aire y dolor de noches,
y que las pieles me arañan la mente como tardes ardiendo
y que no quiero estar solo y que todo me da igual
salvo
la vida.