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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Diciembre puede ser eterno.

Otra vez, estoy escuchando Vetusta. Otra vez, estoy escuchando Valiente. Y, otra vez, estoy pensando en ti.
Quizás haya perdido cualquier originalidad, quizás nunca la haya tenido, quizás la vida me la haya quitado;
pero aquí estoy escuchando al mismo grupo, y acordándome de ti, como siempre.
Y cada verso me parece la frase justa que decirte.
Y cada verso me recuerda que no estás.
Y cada verso me parece la frase justa que decir cuando estés conmigo.
Y cada verso me recuerda que no estás.
Otra vez, estoy escuchando Vetusta. Otra vez, estoy escuchando el silencio después de Valiente. Y, otra vez, sigo pensando en ti;
y esto no me parece la frase justa que decirte,
ni me apetece sonreír si no puedes reírte de mí,
ni tiene sentido que tenga frío,
ni tiene sentido que no estés aquí.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Efímera.

Somos dos y no seremos más, y cuando el tiempo pase quizá seamos menos.
Cuando este tiempo pase y nos olvide y no nos queden Copenhagues donde despertar en otro tiempo y en otra ciudad, días en el mundo que vivir,
iglús a los que salvar del tiempo, dulzuras a las que maldecir, insultos que gritarnos, días raros en los que no bailar,
bocas en la tierra que no poder juntar nunca (por el mal de alturas, por el relámpago),
cuando no nos queden idiomas que intentar aprender ni soles tras los que sonreírnos ni miradas que se nos arruguen en los ojos
ni ojos que se nos cansen de esperar
ni ideas de qué vendrá mañana,
ni billares ni cervezas
ni crónicas de invasiones a otros planetas que son una metáfora preciosa de la miseria de la condición humana
ni poesía
ni nada de nosotros que sea nosotros,
entonces sabremos lo efímero que es ser dos
y no ser.

domingo, 10 de julio de 2011

Pequeña discusión política.

Justo acabo de cerrar un libro sobre la vida del Che. Repleto de poemas, de canciones, de verdades, de agonía, repleto quizás también de muerte, está ahora cerrado, aquí, al lado.
Y, por ello, me planteo ahora escribir un pequeño discurso político.
Acerca de por qué la izquierda y el anarquismo y la mitomanía y todo.
No es una cuestión de puntos de vista, ni de obstinación. Es una cuestión mera e intrínsecamente humana. Porque prueba que un hombre (un hombre, uno, uno, con un padre y una madre, dos manos, suciedad, hambre, un hombre, con problemas, mañanas, noches, como yo, tan cobarde, como tú, como todos, un hombre) puede decidir que no es así, que no funciona.
Que no, y ya está.
Y levantarse esa mañana, quizás tras las montañas, quizás frente al mar tenso, quizás de noche oscura aún antes del sol, y secarse el sudor frío de la frente: el sudor frío de la frente decidida y llena.
Porque el anarquismo no es utopía sino en que se aplica al hombre. Al hombre necio, cobarde, torpe; a mí. Pero es un ideal único y brillante, un ideal de una frase: que sea yo quien me rija a mí mismo, y que sea yo quien no haga daño a los demás. Que no haga falta el golpe, la amenaza, el dinero, la ley. Que dé la mano al caído porque está caído y el suelo está sucio. Que siga vivo porque el suicidio es negar ayuda. Que no niegue mi responsabilidad ante lo deprimente de este mundo cerrado, negro, casi a punto de dormirse lentamente en una cama de hospital.
Que sea yo el que haga el bien, pero no porque es lo que hay que hacer: que sea mi decisión más limpia, mi única opción, lo único que puedo escoger de mi mente absurda y viva.
El comunismo es más práctico, pero menos humano.
El capitalismo, realista pero déspota.
Y el anarquismo, una idea loca, borracha y necia.
Pero es mejor una idea loca, borracha, necia e irrealizable que defender que una realidad sucia que justificar.

martes, 10 de mayo de 2011

Estoy harto.

Estoy harto del café y de los momentos de sueño a los que he renunciado y de tener que saber que la gente se muere y de asumir que todo se acaba y de que el Superglue nunca pegue lo que tiene que pegar y de que siempre triunfen los inútiles y de que los grandes ya no estén y de que el Madrid siga pensando que lo que hace es fútbol y del agua excesivamente fría a la hora de ducharse y de los golpes tontos y del mal sabor de boca de después de la siesta y de que ser feliz parezca un privilegio y de que todo se reduzca al dinero y de que el Che no resucite y de que Ismael Serrano no sea mi amigo y de no poder irme de cañas con Bob y con John y con Wolfgang y con Ray y de que nadie apunte los momentos buenos y de que la gente no sepa mirar en las rotondas y de que desde mi techo no se vean estrellas como en las carreteras de campo y de que los puentes soporten mi coche y de que Internet no me funcione bien y de que el pan sólo dure crujiente un día y de que nos traten como si no fuéramos libres y de que tú estés con otro y de que las multitudes sean ovejas y de que la Feria sea la Feria y de que la noria parezca bonita de lejos y de que lo único que me haga sentir vivo sea la música y de que tus manos parezcan tus manos y sean tan jodidamente necesarias para que pueda seguir respirando y de que nos digan qué hacer para seguir en la normalidad y de que nos guíen y de que no pueda hacer snow y de que la gente se apelotone para todo y de que no haya lugares vacíos y de que la música de ahora no sea la de los ochenta y de que las cosas de las películas sean sólo eso y de que el Pie Jesu no se escuche bien en mi coche y de que me mientan y de que sus ojos verdes sean iguales, iguales, jodidamente iguales que la primavera que hay en el sur de Argentina, cuando la gente escucha a Gardel y los bosques parecen bosques otra vez (eso son sus ojos, es verde, es clorofila sin electrones y sin lluvia y sin sol, es simplemente un pigmento de cielo o un cielo pigmentado o una estrella muerta o un muerto en la estrella de las manos de un ciego, eso son sus ojos, el color que quisiera que tuviera mi vida; sus ojos son el color que quisiera que tuviera mi vida) y de la lluvia que nunca viene y de no poder volar y de que existan tantas formas de matarse y de que llevar reloj esté socialmente aceptado y de que viajar cueste dinero y de no poder conocer a V y de la literatura y de que nunca seré pianista y de no poder cantar con Mercury y de las cervezas con el frío sentado al lado de ella y de cada instante desde ahora sin ella y de estar esperándote.

Lo que de verdad quiero escribir.

Lo que de verdad quiero escribir es esto:

Que te quiero. Que no puedo. Que no quiero sin ti.
Que no quiero sin ti y sin nosotros. Que si pudiera, lo haría.
Que necesito ver tus ojos cada puta mañana de mi vida para poder seguir viviendo,
porque ahora ya en tres días has pasado a ser todo en lo que creo.
Porque no creo en Dios ni creo en la bondad ni creo en los finales felices ni creo en Jesucristo ni creo en Lenin ni creo en la patria.
Pero creo en ti.
Creo en tu belleza al despertar, cuando más fea seas, cuando menos te arregles. Creo en que así serás mejor que cualquier tierra y cualquier árbol.
Creo en tus ojos porque son mis manos y mi lengua, porque si me miras es inútil que te ignore, porque cuando no estás imagino que me miras y sonrío.
Que te quiero. Que no puedo. Que no quiero sin ti.
Porque no creo en nada más que en ti; ni en el Barça, ni en la divinidad de Messi, ni en la música de nadie.
Sólo creo en ti y en tu palabra, en tus s que parecen t, en tus risas que parecen terrenos que quiero visitar,
en tus manos más pequeñas que las mías y más dulces y menos cansadas de este mundo.
Porque creo que dejarme e irte con otro es lo mejor que puedes hacer. Porque estoy loco. Porque no me quieres. Porque soy la colilla de un artista, el cubata de Dalí, el peine roto de Dylan.
Porque creo que tienes que dejar de pensar en hacerme daño y pensar en ser feliz, porque lo único que quiero es que sigas sonriendo a cada paso que des y alguien, aunque no sea yo, pueda verte sonreír.
No quiero pena.
No quiero remordimiento.
Prohíbo ambas cosas.
Sólo quiero que seas feliz.
Eso, y a ti, a tus ojos, y a cada minuto de tu vida que podamos vivir juntos, encerrados en una casa,
paseando por el mundo.

domingo, 8 de mayo de 2011

Esta mañana.

Esta mañana el mundo fuera de las mantas estaba frío, frío, frío como si nadie se hubiera acordado de encender las paredes. Todos mis pies se empeñaban en hacerme sentir vivo, y de pronto me acordé de que tú necesitabas verme.
Saliendo por la puerta me di cuenta de que vivías tremendamente lejos, y de pronto supe que Somalia existe y de que en algún lugar del mundo aún hay tifus. Es uno de esos momentos en los que sientes enfermedades que nunca podrás sufrir por tu nivel adquisitivo, al que me refiero. Por algún despiste de los míos se me olvidó no pisar ese charco, y todavía, cuatro horas más tarde, recuerdo el sonido y la sensación de ver a tu abuela moribunda.
El autobús llegó a tiempo, y por eso pude estar en tu casa sólo tres horas más tarde. Por supuesto, a ti se te había olvidado que venía, pero con eso ya contábamos. Pronto preguntaste que si de verdad había ido. Yo no respondí, y volví a buscar otro autobús para seguir sintiéndome incompleto.
Luego, cuando ya no parecía que fueras a verme más, cuando ya la frontera con Andorra estaba cerca y tú ya no olías mi cuello ni te abrazabas a mí para mantener el equilibrio, los doscientos pasajeros del autobús se dedicaron a la cómoda tarea de mirarme fijamente mientras me miraba las manos.
Los cristales vibraban mientras intentaba recordar esa invención de Bach que solía tocar en tus mejillas. Me cago en la puta, qué poca falta me hace todo este frío.
Debajo del asiento se empezó a formar un charquito de agua sucia que goteaba de las suelas de mis zapatillas. No sólo no lo limpié, sino que me encargué de sonreír mientras ensuciaba el suelo. El señor de enfrente pensó que me estaba acordando de un chiste.
Tú sigues viva en algún lugar, besándote con otro, intentando parecer menos pura de lo que eres. Tú sigues intentando ignorarme, y de vez en cuando me dices algo bonito. A mí, la verdad, me da igual: pero maldita la gracia que me hace sonreír cuando leo que me quieres.
Tú estás lejos, y no sólo de mi piel. Estás lejos del charquito de agua sucia de mis pies.

No me contradigo, no es paradójico, es lo que es.

Verás, hay veces en las que te mueres por decirle algo a alguien y no puedes. Entonces, optas por la solución más fácil, que es escribir (en realidad, la solución más fácil es el silencio, pero también es la única solución que conlleva saltar desde un tercer piso y quedarte allí abajo). Escribes, porque tú sabes hacerlo, y dices muchísimas cosas de una manera tan sutil y tan elegante que nadie sabe qué estás diciendo realmente ni a quién. Ése es el truco. Usas adjetivos cultos y disfrazas el verdadero mensaje, tan simple como la palabra que lo inspira, en un montón de trazos que suenan bien y suenan hueco, pero que oye, esconden algo más profundo. Lo que pasa, y aquí está la clave, es que como sabes escribir, lo esconden muy bien.
¿Qué? ¿Qué eso es lo que estoy haciendo ahora? Sí, puede ser. Quizás no, por otro lado; quizás esto sólo sea un texto ensayístico. Pero oye, igual tienes razón. Igual estoy disfrazando con las palabras.
Si tuviera que disfrazar con las palabras, lo haría del Che, un adjetivo para la estrella, dos verbos para la gorra, una frase para la barba. Un libro para la idea.
Si estuviera disfrazando con las palabras, entonces esta sería la parte del texto en la que empezaría a decir cosas bonitas para la persona a la cual le disfrazo el mensaje. Diría cosas como que me encantaría leer todos mis libros con ella, todas mis películas, tocarle todas las canciones que sé y enseñarla a ser feliz. Enseñarla a ser feliz conmigo, sin necesidad del alcohol para disfrazar mi mediocridad; ser feliz en todos los lugares y a todas las horas, independientemente de la hora del día, por muy temprana que sea, o de la brevedad de la noche. Me encantaría tumbarme con ella en todos los céspedes y en todas las aceras; demostrarle que se puede vivir sin necesidad de levantarse cada mañana. Le diría todas esas cosas, le diría que todas las vidas de todas las personas serían como los violines del acompañamiento, pero qué carajo, nosotros seríamos el piano solista, tú una mano y yo la otra, sin saber dónde estamos porque estamos juntos. Diría todas esas cosas, si estuviera disfrazando un mensaje con las palabras. Pero, ¿no las he dicho, no?
No, no estoy disfrazando un mensaje con las palabras. Para eso habría que ser buen escritor. Yo sólo estoy vistiendo de satén una idea suicida.

No leas esto (2).

Ya he perdido las ganas de escribir.
Porque no puedo escribir a tus labios ni a tus manos.
Ya he perdido las ganas de escribir.
Porque no puedo escribir a tus besos
(que no conozco)
ni a tus suspiros
(que no he escuchado)
ni a tus cariños
(que no son míos)
ni a tus desprecios
(que no son despecho).
Ya he perdido las ganas de escribir.
Porque no puedo escribir a tu piel ni a tus ojos ni a todos los mundos en los que no quiero vivir sin ti.
Porque todos son razones para abandonar mi profesión.
Todo son razones para saltar desde un tejado,
alto,
con plantas,
quizás con vistas a algún río.
Todo son razones para huir.
De qué, dirás.
De ti
y de tu sonrisa y de tus labios y de la forma que tienes de mirar cuando no estás enfadada pero pretendes estarlo y de tu risa y de tus manos y de tus abrazos y del olor que tiene tu cuello justo donde el pelo roza la barbilla y de la forma de tus gafas y de los pantalones ajustados de Hugh Grant y de PoP y de las putas, las putas, las putas estrellas que se creen interesantes y se creen imprescindibles y se creen misteriosas pero no tienen ni puta idea de lo que es, no lo saben, mirarte los ojos.
Porque mirarte a los ojos es mirar cada muerte de este mundo, y cada momento de vida que salpica nuestros días.
Y yo no quiero más cielos ni estrellas ni más gilipolleces de estas.
Quiero poder despertar cada día y prepararte tostadas y reírme del poquito de mermelada que se te quede en la nariz.
Y no puedo.
Así que, todo son razones para huir.
A Nueva York, a Praga, quizás a Barcelona.
A Praga, a Barcelona, quizás a Nueva York.
A Barcelona, a Nueva York, quizás a Praga.
Huir y emborrachar y destruir e incendiar y perecer enterrado en una montaña de versos malos fabricados por mí mismo.
Porque aquí, ahora, sin tu cielo,
sin tus ojos,
escribir no tiene sentido.
Ya he perdido las ganas de escribir,
porque escribir era mi vida,
y te he perdido a ti.

sábado, 7 de mayo de 2011

No leas esto.

Apoyados en un coche sin mirar a ningún lado,
escuchando una canción ochentera en una película,
destrozando el parachoques de algún coche en una rotonda,
apoyados en un coche mirando las estrellas.
Abrazados un segundo,
imposibles todo el tiempo.
Imposible, qué palabra.
Qué real y qué común.
Apoyados en un coche mirando las estrellas,
abrazados sin mirarnos,
concentrados en no hacer.
Apoyados en un coche mirando las estrellas,
escuchando jazz de fondo,
escuchando rock de fondo,
escuchando Argentina de fondo,
escuchando revoluciones de fondo,
escuchando tu respiración al lado.
No consigo definir cómo sé que sigo vivo,
ahora, aquí,
mientras escribo esto,
después de estar apoyado, hace una hora,
en un coche viendo las estrellas.
No consigo definir cómo sé que sigo vivo,
ahora, aquí,
sin sonrisas y sin insultos de provincia.
No consigo definir cómo sé que sigo vivo,
ahora, aquí,
si no puedo sonreírte y regalarte una canción o estas palabras.
Da igual ya que esto siga,
que yo escriba,
que lo alargue.
Da igual que diga que ese cielo no es tu cara.
Que no son tus ojos.
Que no es tu nariz fría y fría y fría y fría.
Que no son tus manos dulces y frías y frías y frías y frías.
No consigo definir cómo sé que sigo vivo,
sin ti,
apoyados en un coche,
sin ti, vivo,
aquí.

lunes, 2 de mayo de 2011

Desde el Norte de Italia

Como un soplo, como un momento.
Como trece nieblas desde siempre.
Como un momento en el coche,
acelerando mucho y a todos lados
con la música muy alta.
Como Petrarca muy borracho
vas volcando genio inútil,
vas volcando ojos preciosos,
vas ennegreciendo mi mañana
porque hoy no estás aquí.
Como un soplo, como un momento.
Como trece nieblas desde siempre.
Como una ciudad en el Norte de Italia
donde las paredes se embadurnan de nosotros
y mi apellido suena normal (normal) y corriente (a veces).
Como creo en los momentos verdaderos,
en la música atronadora,
en la letra antigua y firme,
en las nuevas diferencias;
como creo en la ausencia de patrias,
en el derecho a estar tú solo
y en la capacidad de ser un imbécil,
como puedo discernir
entre tú y yo y este cielo que nos habla,
entonces puedo elegir volver al norte de los muertos,
al norte de tu cuerpo,
al norte frío de las Romas.
Como un soplo, como un momento.
Como trece brisas frías.
Como una nariz perfecta,
como unos ojos verdes claro.
Como un soplo me han herido.
Como trece brisas frías me han echado.
Como una nariz perfecta me han reído.
Como unos ojos verdes claro me han mirado.
Y esta inmunda realidad que me toca musicar,
esta inmunda realidad en la que hay bacterias,
tiene el olor de mañana en el mar
y la nariz de las nubes del Norte.

domingo, 6 de marzo de 2011

A una.

El otro día conocí a una con la mirada de los hombres
y un pelo para poder dormirme;
unas piernas de las que hubiera visto si creyera en la tierra
y unos ojos que a veces me dejaban solo.
El otro día conocí a una, como a muchas,
que decía cosas más grandes de lo que podía imaginar.
Que hablaba de la guerra y de los años y de la justicia,
y me hacía sonreír si podía.
El otro día conocí a una que duró una noche y medio día,
y tenía una boca parecida al mar de noche
y unas manos que nunca he tocado.

martes, 1 de marzo de 2011

Parálisis.

Pinturas blancas en sobres
de canela;
yo, sin embargo, soy lento en la idea,
beso cantado y de espumas aéreas,
un ligero arrebato detrás de cortinas.
Mis manos temblaban otro mundo
anterior. Ahora
no tiemblo al arrancarme
manojos de mano;
tirando lonas detrás
de las sillas.
Rompiendo pantallas
con las tijeras de noche;
ansiando el vacío y la saliva
de ayer.

Ni idea.

Inmóvil en la casa de todos los que odia.
Ausente de una vida a la que aún recuerda.
Calla, hijo de puta, no dejes que se acuerden.
Intenta silenciarlos con tu ecuación y tus pinturas.
Calla, hijo de puta, no dejes de chillar.
Intenta que hablen para que puedas oírlos.
Intenta que silben para volver a ser humano.
Intenta recuperar lo que siempre has perdido.
Inmóvil en tu casa, donde todos te odian.
Vuelve a silbar, que no te han oído.
Intenta explicarles que aún no has silbado.
Cuánto podrás aguantar, no lo entiendo.
Si crees que te oyen, estás en lo cierto.

Sí, es para el Che.

Para el monte eras un hijo.
Para la tierra, un hermano.
Fuiste el pariente de todos cuantos pudiste.
Para el monte, un padre.
Para la tierra, un árbol.
Tu nicotina era savia.
Savia para el monte y para la tierra.
En cada paso polvoriento sobre lugares sin nombre dejaste claro que eras el más grande de los dioses.
Convertiste tu cultura en una idea. Una idea loca y tan valiente,
tan digna]
tan abierta a las ventanas de los ojos de los hombres,
que moriste solo.
Los libros aún te esperan en casa. Todos te esperamos en casa.
Y tú te has ido. No has vuelto. Has abandonado un mundo lamentable y traicionero. Un mundo del que reniegas.
Un mundo que intentaste cambiar.
Acumulaste tierra sobre tus poros, para ser más monte.
Renunciaste a la vida por morir siendo libre.
El sol sigue saliendo allí, donde caíste, ¿te acuerdas?
Los hombres se siguen matando y mintiendo y nadie se acuerda de ti con cariño, allí, donde caíste.
Pero en una biblioteca sola,
donde se reúnen cada tres tardes
borrachos con problemas, sordos sin sentido,
desatendidos sociales sin ganas de seguir viviendo,
allí, tu foto
preside la sala.
El sol sigue saliendo allí, donde caíste, ¿te acuerdas?
Donde caíste por una tierra que jamás te quiso.
Para el monte fuiste un cáncer.
Para la tierra, un suplicio.
El cáncer y el suplicio de la bondad más absoluta.
El cáncer y el suplicio de que sólo tú eras así.
El aire temblaba de miedo ante tu asma.
Tus pulmones, demolidos por la marcha y por el hambre.
Por la tierra y por el monte, por el monte y por la tierra.
El sol sigue iluminando a los que no te merecen.
Dime, ¿qué mas da?
No te dará ya calor, a ti.
A ti, no.
Al monte, sí.
A la tierra, todo.
Pero el monte y la tierra están condenados a la tortura eterna
de guiar los pasos de los seres indignos.
De no guiar más los pasos macilentos de los héroes caídos.
Los héroes caídos por el monte y por la tierra.

Alcohol (y fin).

Detrás de la copa se esconde la copa.
Descuida del alcohol su paciencia angustiante.
Carece de sentido en cada paso que des.
Renuncia de tu alcohol a los borrachos sin clase.
Palidece a la luz de tu propia enseñanza.
Emborracha tu fe con el alcohol de los otros.
Cae bajo el suelo de la sala de comunes.
Renuncia de tu alcohol a los borrachos caídos.
Enseña a tu nombre a dejarse saber.
Y pide otra copa bajo el sonido de un principio.

Dios.

Si crees en Dios replantéate tu creencia.
Mira el cadáver.
Si crees en Dios adoleces de arcos,
de historia,
una enfermedad de incienso.
Si crees en Dios replantéate tu creencia.
El señor capaz de tierras
sin alma.
Una bolsa rellena de cosas
vacías.
Si crees en Dios, entonces.
Si crees en Dios.
Si crees en.
Si crees.
Si.

Locura promovida por Locura.

Curvas enterradas.
Color, color, siete anómalos.
Grietas y lípidos orgánicos.
Medio poema.
El gris que sube en su cubierta
de azul;
admira su color.
Rectas al descubierto.
El sol se esconde y lo ves.
El poema y tres cuartos.
Naranja de hierro.
El intenso pasar de la mano callosa.
Poder, saber.
Saber a televisión.
Intensas noches de
intensos]
colores.
Color y de risas.
Color y de risas, risas,
risas.
Seis anomalías y negro.
Color, color.
Todo encerrado y saludas al sol.

Hazañas.

Genocidio: intenso:
cansado y amargo.
Sol: hazañas:
intolerable y estéril.
Mensaje: absurdo:
el orden y respuesta.
El chiste: la sangre:
no sirve de nada y dura
tanto]
que parece durar.
El chiste: el mensaje:
sentarse a esperar y cambiar
la igualdad.
Las risas: silencio:
el público que queda
después de reírse.

Ni palabra.

Lingotes de insistencia, como bajíos llenos de humo.
Lingotes. Pez. Muerto como una ola llena.
Invisible. Sed.
Cansado de insistir. El horizonte.

Por fin.

Los insectos yacen bajo almohadas; tú me intentas insultar con caricias sin ideas.
Caes bajo el fruto de insensibles; besa, besa y no me rompas.
La película será aburrida; la caricia del guión de la caricia;
los sillones no serán de lana, y abandonarás tu intención por mi cortante labio.
Hurtarás al policía retirado, y dejarás que me amodorre entre mis ojos.
En un momento cualquiera te cortarás por oros.
Los oros cortarán sin ser amables;
y tú sonreías bajo las capas de papeles;
mis labios te han hecho olvidar a los grillos.
Limpiaremos de injusticia tres locales:
la jurisdicción de mi chaleco no sobrepasa,
más allá,
de un posible suicidio.
Y podrás contemplar como antes.
Sentarte a mirar la película apagada.
Pagaremos en dinero;
nos darán falso arte.
Iluminaste mi camino a la taquilla,
y ahora te escribo cuatro líneas;
egoísta, besa, besa y no me amputes
ni mi brazo ni
la pierna derecha.
Obedeceremos juntos al acomodador de este cine polvoriento;
pero será una obediencia judía.
No creeremos que besarnos no es correcto;
no callaré por pensar en el diálogo.
Oros fueron antes, estos sillones: oros del carbón más
limpio.]
Ahora ni tú ni yo somos sensibles.
Ahora, ni tú ni yo podemos ver.
Oíremos el diálogo apagado por tu pelo;
dejaré que mi crítica se conduzca cuesta abajo,
por tu insulto más sentido,
por un momento de ser yo.
Por el pecho más ancho pasearás un breve instante:
que se cierren las persianas y ya no podré ver.
Por el cartel más sucio fuiste verdadera cineasta:
ahora, egoísta, besa, besa, y no me insultes.
El baño romperá nuestro momento;
luego la sucia cerámica podrá incluso vernos
sonreir sin ganas.
El insecto que olvidaste aún vive, entre fresales y espigas.
Un fresal comido por el insecto.
Una espiga rota por la pantalla.
Olvidaste pasear tu dignidad por la sala de mi número.
No te olvides, proferiste. No te olvides de acordarme.
Y con un verbo mal conjugado has impreso cincuenta y cuatro guiones;
uno a la inversa y un árbol que se ríe.
Nunca has paseado por el campo; hemos roto la concordia y ahora el césped chilla de dolor. No creas,
ilusa,
que mis labios no son ciertos.
Por cuanto hemos pasado ya creo en un futuro.
Ahora, hoy, parece lejos dibujarte.
No creo,sin embargo, en un montón de poliestireno.
Madera, es más, vidrio enfermo.
Incluso puede ser que borre lejos y no vea.
Así me ahorraré separar,
al impulso de un tirano,
un labio cerrado de tu alma
abierta.

Los dos.

Limpiaré con mi nombre tus imposibles lentejuelas.
Seré siempre el mismo idiota que parece un policía.
Conseguiste rodear la pared demolida por trabajo:
la del fondo, la sinpuerta, la que crece por encima.
La que crece por encima del cartón y el estucado.
Seré siempre el botón que se balancea en la mesa de una
imbécil.
Limpiaré con mis manos tus verídicas ideas.
Y seremos, ambos dos, como siempre fuimos nunca:
una especie moribunda de intelectuales malhallados.

Homenaje a Page y a Bonham, a una época.

Empieza el solo de guitarra, y me entra agua en el oído. Me doy la vuelta y veo sólo negro, negro, la incesante luz de las cuerdas de la guitarra y de los dedos de Jimmy Page, y una mosca muerta que flota en el agua de la piscina como colocada de alguna sustancia barata. Como colocados estamos todos para que el único momento de trascendencia en mucho tiempo se dé en una piscina de noche, escuchando Stairway to Heaven y pensando que el mundo sería un lugar mucho mejor si esas estrellas fueran reales y Led Zeppelin siguieran tocando.

Escupo en vosotros.

Caminaste despacio por encima de los demás, y decidiste que escribir es aburrido. Así, te partiste un tobillo a pedradas y te arrastraste con los demás, a vivir una vida enamorado de una mujer apática y con una sonrisa preciosa. Decidiste saber a qué sabía una vida, y empezaste a comprarla en packs de a doce, porque te gustó lo que probaste.

Te gustó que fuera fea por las mañanas y dulce por las noches. Como esto está quedando muy normal, vamos a empezar a hacer de este texto algo literariamente cuanto menos, decente. Allá vamos.
Te gustó que ella fuera lo que tú querías que fuera, y que no lo fuera nunca. Ella nunca comprendió que a ti el monte te suponía la libertad de la defensa de la gente y de lo verdadero, pero tú le perdonaste que no creyera en el Che, porque ella te hacía creer en ti. Le perdonaste que no venerara el asma y los fusiles, porque ella te enseñaba a asumir que el Barça perdiera y a contenerte para que no mataras a otros escritores.
Un día subías al cielo y mirabas y veías el mar y el coral y la montaña y todos los peces felices en su insulsa existencia y los restos de petróleo y los incendios y los bolis tirados en la acera y las películas malas que te encantaba ver con ella y la echabas de menos y bajabas.
Luego la veías, y entonces te acordabas de por qué habías subido. Porque ella no quería cambiar el mundo. Un mundo podrido en el que el cielo y la tierra no eran lo mismo. Un mundo lleno de gilipolleces y de trozos de cartón, de autobuses de horas y media llenos de gente hastiada que no sabía qué hacer con gente moribunda aporreando las ventanas.
Decidiste hacer lo correcto.
Te subiste a una nube y le chillaste al mundo lo que pensabas. Que estaba todo mal. Que tú eras un cerdo y él un hijo de puta, que todos pensábamos y escribíamos mucho y nadie cultivaba arroz. Destrozaste puñados de aire con los dedos y le susurraste a los talones millonarios que flotan entre las nubes que eso daba igual, que lo interesante era reírse y llorar y que algún día, nadie recordaría lo caras que eran sus sillas del salón.
Te pegaron un tiro porque te gustaba ser libre, y te dejaron morir encima de la nube que habías elegido porque fue dónde la besaste antes de conocerla, porque fue donde supiste que la amabas, porque fue
donde decidiste
morir por su mundo.]

Dos.

Son dos, con sus vidas,
su dinero,
sus mañanas.
Son dos, con sus mujeres
y sus ideas
y sus maldades
y sus sublimes
noches de
primavera.
Son dos, estos idiotas,
los que
nos separan
en esta mesa larga y sucia en la que estamos
hoy
dormidos.
Son dos, estos idiotas,
uno de ellos amigo mío.
Son dos, y parecen
todos los fascistas del país.
Son dos, y aún veo tu pelo,
tras los idiotas,
los fascistas, los que no tienen la
culpa (de que,
sólo dos
más allá,
ni te fijes en mí).

Creo.

Castigo es una palabra horrible para definir un beso.

martes, 25 de enero de 2011

Porque yo quiero.

Su día a día estaba lleno de cosas sin sentido. Cuando entraba en su casa y veía que otra vez la mesa y otra vez arroz o pollo (y como El Quijote), la mirada se le iba al espejo para regodearse en verse encanecer lentamente. Cuando hablaba con alguien y le faltaba el aliento a mitad de frase, y al pararse a respirar miraba el cielo y veía el gris, sin color de color, se veía a sí mismo poniendo la mesa y calculando la altura de los edificios y cuál tendría ascensor.

Y bajo su mirada de siempre la gente no adivinaba más que el azúcar, por favor, sólo eso, cuánto es y joder, otra vez está lloviendo; y sólo sus manos lo veían de verdad, porque sus manos no mentían y hablaban de hombre a hombre con él.
Pero sus manos no eran más que eso, no eran más que la página 29 del manual de anatomía, y entonces él las miraba y se preguntaba cómo era posible que tanta página no hablara de eso.
Sin embargo, él no es más que lo que yo escribo, así que ahora sus manos son de todos y todos podemos ver cómo esas manos tocan el piano para nosotros y el cielo ya no es ni de lejos gris, sino que es del color de un contraste de ácidos. Es un color que no molesta. Y como yo quiero, ahora es un hombre feliz que siempre encuentra la mesa puesta.
Porque lo que no sabéis es que los Rousseaus y los Tolstois son sólo sus manos, nos da igual el resto, sus manos son palabras. Y porque yo quiero, el resto ya no importa, nunca nos ha importado,
                                                       en el fondo,
                                                                       somos felices, aunque no lo parezca.

Un día precioso.

Salgo de mi casa y me piso en
cada hierba.
Paseo
por sombreros
de arboledas.
No deseo despertarme y,
sin embargo,
me he duchado;
y aquí estoy, ya caminando,
con el pelo aún mojado.
Con lo gris aún me abrigo.
Y después no tengo prisa.
Con espejos voy
corriendo; con pasillos,
con amigos,
con alcohol me voy matando.
Pero debo retener
mi poesía por la sopa.
Y luego, como
siempre, a volver a las calles
y morirme
boca abajo; a reír de forma negra
y pensar en no volver.

Permitidme.

Laureados mendigos de cera
que invadís mis desayunos,
dejad que me recoloque
el sombrero y la
sonrisa.
Partidas de legionarios
que paseais por mi escritorio
arreglad vuestros
insultos,
como el fuego de
vuestras botas, como
la callejuela de
lavanda,
los rayones de tijeras
que acumulais bajo
las pieles.
Dejad,
sociedades varias,
que me guíe por mis libros.
Dejad,
como si fuerais vasos,
que os contemple lentamente antes
de decidir
emborracharme
(antes del desayuno).

Prestar sin querer.

Se te derramó la lengua.
El beso no pudiste gemirlo.
Y te aferraste a tu cielo arrojando invasores.
Postergaste pasteles.
Deshiciste insolaciones.
Y me creciste por dentro casi sin ser gusanos de lana.
Portaste la crema.
Rendiste castillos al Antes.
Y casi sin mirarme me diste saliva.
Lo mismo que nunca me quisiste explicar.
Y no pude entender nada,
porque tenía
los nudillos
alcohólicos de rojo.
Y por ciertos momentos merecen
la pena
tantas palabras.
Porque cansaste traidores.
Porque pasaste de lejos.
Y al unirme con el barro me enseñaste este fin.

Navidad.

Yo no parezco un idiota,
un olvidado islote,
ni mi marca de marrón me define por mi dosis matinal.
Yo desprecio cada día de este espacio
y, normalmente, interrumpo a los autores para ayunar con ellos
a esos estúpidos lectores.
Por mi idea de vivir nadie nunca me ha reído;
es de ver, en consecuencia, que me crea.
Si de todas las palabras que escupí no me besaste,
es de ver,
en consecuencia,
que no puedas detenerme;
porque es posible que kioscos donde duermen
cepillos y dinero
sean sitios una noche
para amarnos otros;
para amarnos al.
Deja que me escriba
antes de darme la lista de la compra;
y del cambio que te traiga no me dejes ni la ropa.
Y demuestra a mi bolsillo que comprarte no fue
necio.

Porque sí.

Porque sí parece ser.
Porque sí creemos en nuestras arboledas.
Porque sí queremos alcohol.
No hay otra forma:
porque sí queremos seguir así.
Porque sí nos parece bien morir.
Porque sí necesitamos sentirnos malos.
Porque sí hundimos nuestros propios mondadientes.
Porque sí desnudamos nuestros cuerpos.
Porque sí parecemos extinguirnos,
y,
porque sí,
nos aferramos.
Porque sí carecemos de principios.
Porque sí amamos la sangre en los labios de los muertos.
Porque sí amamos,
ante todo, por dinero.
Porque sí perdemos nuestros días.
Porque sí flotamos en nosotros.
Porque sí deseamos que esto acabe
y,
porque sí,
hoy montamos esta fiesta.

A ninguno de nosotros.

Nosotros somos de papel como las iras.
Trabajamos por las noches para pisarnos en la nuca.
Nosotros vamos de improviso a comprarnos rascacielos
y volvemos sonriendo con el cartón llovido
bajo el brazo.
Nosotros le dimos su abrazo a un traidor:
un billete,
no una idea puta y vana.
Monos de latón nos retaban los turbantes con sus gritos
de cabrones:
y a nosotros nos gustaba maldecir
porque éramos de papel o
tierra.
Nosotros nos perdemos la Luna cada noche;
encendemos cigarrillos con bombillas y neones.
A
ninguno de nosotros nos parece bien la guerra.
A ninguno de nosotros nos parece bien vivir.
Pero
nosotros, como todos,
nos odiamos por un beso.

Hoy.

Me levanto y de repente todo ha sido un tanto ayer.
La pastilla de cada mañana no me sabe casi a mí,
y no entiendo cuántas veces puedo ser un yo distinto.
Me levanto y de repente todo ha sido un tanto hoy.
Y las rotas ensaladas me castigan con su dieta.

Creo que ese es mi sitio.

Amigos que no parecen estremecerse cuando mueren
son mi único desayuno en cada día que me muero.
Ellos y mi trapo de alquitrán
desafían a los hombres y a las piedras
para hacerse un hueco en mis dedos.
Ropas que jamás criticaré se afanan en
alcanzar mi ventana
y no dejamos de pensar nosotros,
nosotros lana que creemos,
que la ropa caerá y los ojos se abrirán.
Pero ya es de noche hace tiempo y los hombres
ya andan desnudos porque sus casas arden
con sus mujeres dentro.
Pero ya es de noche dentro de la noche hace tiempo y
los hombres andan desnudos en sus cuerpos caminando
por un beso.
Operado ya del asco, me preparo a perdurar,
porque el mar está tan lejos
que no puedo oler los muertos
ni pasar por esta arena.
Trabajo duro cada tarde,
trabajo duro
para verte por momentos;
un momento antes del agua,
un momento antes del sol,
un momento en nuestros pies.
Nuestra colcha está vacía
de la arena,
de los días,
de besarnos.
Nuestros besos están solos y sin
agua,
sin después
por un paraguas.

Droga.

Y las paredes temblaron como cientos de expertas manos lentas.
Temblaron imaginativamente, antes aquí y después allí, antes de derrumbarse en una lenta reverencia.
Una lenta reverencia con nosotros debajo.
Capítulo 1. Pastillas que las personas boca abajo usan para colocarse.
Son de color amarillo, pequeñas, con letras dibujadas como lluvia en nuestra piel.
Son de color amarillo, como nuestra piel bajo la lluvia.
Las venden en todas partes donde se suele vender droga,
En algunos soportales,
En ciertas comisarías.
Las venden personas como tú y como yo,
Personas que no piensan en mañana,
Y para las que el sabor de una manta es el sabor a estar caliente
Para ganar dinero mañana.
Y, lo más importante,
Son las pastillas que tenemos ahora en la mano.
Me resulta gracioso la forma en cómo vomitas en la alfombra.
En cómo buscas otro aire.
Tan gracioso que vomito de la risa,
Que vomito de la risa,
Y mi vómito se funde en la alfombra con el tuyo.
Es lo más romántico que te diré nunca.
Lo primero que haces cuando vuelves a respirar es besarme entre los dientes,
y me da igual que sepas mal,
porque sé que con los dientes limpios sabrás bien.
Y te ayudo a levantarte para ser yo el que se caiga,
Y tú no puedes ayudarme a levantarme porque no sabes dónde estás.
Cuando anochece y hace frío, ahora ya volvemos a ser nosotros, porque el frío
Eriza nuestros brazos y acelera el ritmo cardíaco,
Y la droga fluye más rápido y se consume antes.
Nos sentamos en el sofá para estar un poco más calmados,
Y te abrazo lentamente para que sepas que te abrazo.
Ha sido una noche de mierda, ciertamente;
Una noche de mierda que nos encanta compartir.
Nadie llama a nuestro móvil y tenemos toda la noche para nosotros;
No nos quedan pastillas, no nos quedan pastillas ni nos queda comida.
Pero tranquila, nos queda una risa llena de odio.
Capítulo 2. Una mañana después de una noche.
Hoy ya es de día, quiéreme por primera vez en estas horas. Vamos a salir a buscar algo de comer, que tengo hambre.
El de la tienda de enfrente nos observa lentamente, y se plantea si llamar o no a la puta policía; es comprensible, dado que nuestra pinta no es lo mejor de nuestra vida.
Cogemos cuatro Cocacolas y unas bolsas de patatas. Pagamos con un billete de cincuenta, porque la droga la compramos en grandes cantidades. El de la tienda sigue pensando que llamar a la policía le va a salvar del charco de sangre detrás de la caja registradora, pero no sabe que nosotros no matamos. Nosotros no robamos.
Antes de irme me doy cuenta de que tienes la camiseta manchada de vómito. El de la tienda sigue mi mirada, ve la mancha, nos pide que nos marchemos ya. Nosotros sonreímos y nos vamos.
De vuelta a casa leemos algo de poesía en otro idioma, me parece que es checo. Me acuerdo de lo que hicimos al volver a casa aquella mañana después de aquella noche porque recuerdo lo mucho que te gusta no entender la poesía. Lo muy tremendamente irónico que te parece convertir un mensaje escueto en un larga retahíla. Lo interesante que suena el checo en la boca de alguien que no sabe pronunciarlo.
Era algo así:
Naše těla jsou vyrobeny z vlny.
Naše životy jsou pohromou.
Nemáme vlastní nebo rukou;
ale máme rádi hliněné podlaze.
Luego nos comemos las patatas antes de que sea mediodía, y antes de acabarnos la bolsa ya nos estamos desnudando.
Y por la noche vamos a comprar pastillas, para que el día siguiente nos parecezca igual.
Capítulo 3. Hornos donde ardemos cuando estamos muertos.

Sigues igual de viva mientras entras en las llamas.
Y las llamas son azules durante cinco breves vidas.

Somos nosotros.

Somos nosotros el queso calcinado en la bandeja del horno.
El sabor a carrillada en la boca a las cuatro de la mañana.
El hielo con sabor en el fondo del cubata.
Somos nosotros la parte marrón en las uñas de un mendigo.
El señorito repeinado y con tirantes.
La mandarina traidora que destroza papilas.
Somos nosotros lo insomne de una mañana de verano sin persianas.
Las legañas en
los ojos.]
El sabor de boca de estar
resfriado.
El agua en el fregadero con los restos de comida.

Después de la oficina.

Respira tranquila y prepara un masaje
para todos los ojos que usas en bata,
esos que son como dientes de rata
y se clavan allí donde duele el mensaje.
Respira tranquila y no destroces mi viaje
con tu estúpida charla y tu negra corbata,
que me encanta besar y que sabe a hojalata,
y debajo, una piel que sabe a maquillaje.
Ven con nosotros donde el ruido nos sienta,
ese ruido que hacemos cuando estamos cansados
y bésame siempre con tu boca grasienta.
Ven con nosotros y nunca ames mis lados,
ni mis momentos de día con sabor a polenta;
respira viniendo mientras pensamos enfados.

Voz.

Voz hemos tenido todos en las bocas,
y por eso todos hemos visto nuestros ojos.
Voz hemos tenido casi siempre después de ti,
y en tus ojos de perfume hemos encontrado paz.
Voz hemos tenido, más bonita o menos pura,
y en la voz que regalamos encontramos tu sonrisa.
Voz hemos tenido, todos,
siempre que hemos estado dormidos;
y en las veces que tu piel ha tocado nuestra piel
hemos murmurado
un momento, no te vayas.
Voz hemos tenido todos para ti
y nunca ninguno te hemos dicho que tú eres
cada día
una voz para nosotros.

Autobús.

Si todos los autobuses del mundo llegaran a su hora, sólo odiaría a éste.