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sábado, 23 de mayo de 2020

La dosis hace el veneno


Es muy fácil escribir si crees en algo,
si tienes una idea o si te interesa un tema.
El problema viene cuando necesitas escribir
pero dentro tienes
un imperio de dos mil años de antigüedad alzado en armas,
los anillos de Saturno soltando trocitos de hielo como hojas,
un árbol en el campo, amarillo, ancho y frío,
un cadáver arrugado en una cama bajo el sol,
mañanas de invierno siendo el más solo del patio,
unas raíces de hierro que no te dejan ser feliz,
un océano que ha hundido tantos soles como miedos,
una generación que perdió lo que quería por temerlo,
un panteón antiguo que se pelea por el trigo,
un grupo de gente sin nombre,
una playa vacía donde tumbarse a dormir,
una punzada que Lorca habría sabido explicar,
una risa incontrolable que se esfuerza por arder,
un río ancho y viejo donde las rocas guardan nombres,
varios comienzos de novelas que saben que sólo serán eso,
años de luchar por jugar de delantero centro en el recreo,
un campo de batalla donde hay menos banderas que muertos,
unas ganas de existir que van a escribir aunque te griten,
un ejército de orugas que no saben qué es el otoño,
un bosque seco que aún cree en el siguiente día,
una foto desteñida de alguien que ya no sabes quién es,
unos padres que te quieren con tanta ternura que duele,
unas ganas de llorar que ni siquiera se atreven a eso,
una bestia arrogante que muerde, grita y se revuelve,
una calma inexplicable que confía en agua y viento,
un sol del sur capaz de existir sin hablar,
un silencio nacido del choque de ideas
o unas ganas infinitas de cantar con la voz
que ya hace años que nadie sabe que es la tuya.