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domingo, 22 de mayo de 2016

Me han cambiado la línea de autobús.

Venimos del médico, no tiene
solución, ya tengo
que vestirle y desvestirle yo,
todo,
no puede estar solo.
Lo dice cansada,
aunque es una señora mayor
y esto es una parada de autobús
así que todo el mundo
está cansado;
pero ella está verdaderamente cansada,
cansada de que la vida ría y ría y ella
no tenga qué te digo yo,
diez minutos de ahora me toca a mí,
se te acabó la fiesta.
Yo estoy de pie a un par de metros
pero veo
cómo ella le aprieta la mano
cuando dice que tiene que vestirle y
desvestirle.
Le aprieta la mano con una ternura
que nadie salvo yo ve,
y que son
setenta años
de no te dejaré solo cuando
nada vaya bien.
El amor de verdad
no es nada más
que dejar de tenerle miedo
a la muerte.
Yo no quiero un amor perfecto y lleno
de sonrisas;
quiero un amor lleno de sangre y
hospitales y vómitos
y sondas
y olvido y mareos y pasillos a oscuras
en barrios antiguos,
pero lleno también
de ternura y de ojos y de es igual
que ya no sepas quién soy porque siempre
hemos sabido que
olvidarnos
no es lo mismo que olvidarnos.
Quiero morir tranquilo y en pijama
y que quien me dé la mano
sepa que no sé quién me está dando la mano
y aun así
me la dé
porque soy yo
y amar es jamás
asumir
que la vida ha ganado.