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viernes, 26 de diciembre de 2014

Desafío estadístico.

Él la mira a ella y ella tiene los ojos verdes,
ella lo mira a él y él tiene los ojos marrones;
pero ella lo mira a él ahora y él tiene los ojos azules,
y él la mira a ella y ella tiene ahora los ojos marrones.
Él la mira y ella tiene un abrigo del color de la nieve en marzo
y ella ve que el lleva una chaqueta de cuero falso que se
cae
en pequeños trocitos
de polipiel y
resacas;
ahora ella lleva una camisa vaquera del color del cielo
y él un abrigo
como el que llevarían The Beatles
en la portada de un disco.
Él sigue mirándola, parece que lo único que los une es esa mirada,
y ella lleva el pelo suelto y largo y como una carretera en invierno,
y ella sigue mirándolo, parece que lo único que los une es esa mirada,
y él lleva el pelo imposible de peinar y como las olas del norte por la tele;
pero ahora él sigue mirándola y ella lleva el pelo recogido en un mañana te llamo
y ella ve que él tiene el pelo corto de a mis padres no les gustaba.
Se ven mutuamente durante todo el tiempo en que se están viendo,
podría ser que fuera un día,
quizás una hora,
quizás bajemos a nivel molecular y que sean transferencias de protones,
quizás subamos a nivel cósmico y que sean órbitas de gas en silencios de reloj,
quizás un verano en un piso desierto
con los suelos de mármol
y el sexo como idioma nacional
y el patriotismo a la sombra de una ternura de sudor;
se ven mutuamente y ahora está claro
que son dos numeritos en una esquina de un cuaderno
lleno de ecuaciones diferenciales.
Ahora se ve claramente que son
dos esferas en un balancín
que no dejan de cambiar
de peso,
que son dos mañanas frente al río intentando entender Shakespeare,
que son todas las manos a lo largo de la Historia que se han querido y se han
amado.
Ahora se ve claramente que están desafiando abiertamente los sistemas predecibles
y se entiende que el amor sea un acto de rebeldía
y se entiende que se vean siempre siempre
tras
la vida.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad.

El mejor poema
que puedo escribir ahora mismo
es que he escrito dos
y los he borrado
y los dos hablaban del paso del tiempo
y de White Wine In The Sun
y de las mañanas de invierno
y de las camas de agosto
y del frío con los amigos
y de las fotos de anteayer
y de los países lejanos
y de cómo quiero escribir un poema dulce y tranquilo
y de que no sé muy bien qué hacer cuando todo el mundo diga que ya es otro año
y yo siga escuchando la misma música
y recordando la misma forma de sonreír
y siga sin saber muy bien
qué son los años
ni por qué
todo me recuerda
a
ti
y a la vida.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Mi mitificación de las canciones.

Te quiero tanto que cada vez
que te miro a los ojos
tengo la misma sensación
que cuando
escucho
Do You Hear The People
Sing.
Y te quiero
tanto,
que cuando,
como siempre,
después de esa canción
viene
I Dreamed A Dream,
y me besas,
tu beso contrarresta
la vida,
y no me dan
miedo
los tigres
que convierten mis sueños
en vergüenza,
los mismos tigres
de Bukowski
que vienen de noche.
Y te quiero
tanto
que cada vez
que te miro a los ojos
tengo la misma sensación
que cuando
escucho
Do You Hear The People
Sing
y se me erizan los pelos del cuello
igual
cada vez
que me besas
y siento el aire frío
de París
igual
cada vez
que me miras
y no me da miedo morir
por la libertad
si me dices
que estás
ahí
a mi lado
sonriendo
frente a mi forma
de emocionarme
con una película.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Stream of conciousness.

Quiero escribir un poema beat como Ginsberg,
como Howl,
como si el ordenador fuese una máquina de escribir
y yo no estuviese despierto a mis tres de la mañana
sino a las tres de la mañana de unos años sesenta
con metal líquido tranquilo
flotando sobre las estrellas de nieve.
Un poema de nombres constantes
y de referencias recurrentes
en el que no pensara lo que escribo
y así pudiera callar el miedo a fracasar y el temblor
de mis manos y la furia de mañana y el terror de los días y los cementerios hebreos
y las interminables vocales llenas de mi mareo nocturno;
y que todas las paredes y la montaña que veo desde aquí
que se ríe de mi falta de sueño y de mi taquicardia
fueran sólo este trino del piano y todo se redujese a silencio
y yo pudiese decir que quiero ser libre
sin saber que nunca lo seré.
Mi derrota será como la derrota de esta fuga de Gould,
una derrota pausada y destruida,
apagada en el incienso de mi interminable hablar
sobre el mañana.
Quiero escribir un poema como Ginsberg y evitar repeticiones
para que puedan seguir las palabras como si no las pensase
en un flujo de consciencia parecido al del LSD pero barato,
de mi tiempo,
de mi falta de irresponsabilidad y valor ante la muerte.
Si tengo que morir que todo lo que pienso de este mundo
se quede escrito aquí y no se apague
y todo lo que jamás dije no se borre de mi mente cuando apague
este folio
sobre mis dedos rotos de penumbra y de jabón
con olor a cereza.
Que aquí digan estas letras estas notas estos árboles estos cielos este incesante cansar de lluvia fría y oscura
que yo fui libre y fui feliz y me dejé morir
cuando ya no tuve quién me amara;
que nunca aprendí lo que debía y que nunca me amaron
como merecí,
pero que no era tan especial como pensaba ni tan inmortal
como para sobrevivir a mis propias entrañas arrasando mi creciente consciencia de muerte.
Quiero que se sepa que quise amar y que me amaran,
morir una vez por la libertad y ninguna por mi patria y veintitrés por la mujer
a la que amé
y la última frente al bosque húmedo de Suecia
y la corriente enfermiza del mar
y las eternas luces del amanecer que ahora es gris mientras no miro lo que escribo y me susurra
que ya queda poco para que se acabe mi futuro y mi guerra me devore por dentro.
A lo mejor vomito dentro de unas horas porque no he dormido
y tengo tanto miedo de la vida que me asusta pensar que respiro cuando duermo
y que no paro durante un momento y puedo ser libre
y frío
y dulce como las manos de los espejos de metal;
a lo mejor vomito y después de vomitar
tengo que hacer un esfuerzo por acordarme
de todo lo que no dije mientras tenía dignidad:
que creía en la vida y en un Universo finito
y en la cerveza de mañana y en mi poesía repetitiva
y en Dios cuando pude y en el Che cuando supe y que
antes de morir pude ver el mar
y arrancarme de dentro todas las palabras que quería dejar en este mundo
y ver la infinita recurrencia de los temas una y otra vez
y sentir el calor del sol de verdad y el frío del mar de verdad
y que sólo quería que me amaran y nunca me amaron
y ahora que voy a vomitar ya es tarde y ya no me queda quién me ame
porque ya he dicho todo lo que debía
y me apago lentamente como Ginsberg y su cigarrillo frente a la ventana,
sobre la máquina,
con el sol apareciendo sobre mi cuerpo muerto en la música.

Justicia poética.

El leñador murió aplastado por una rama de árbol
durante una tormenta;
había tanto viento que la sangre formaba olas
y el color rojo se quedaba quieto frente a la noche.
El pescador se ahogó
después de engancharse con un trozo de red rota
entre las piedras de una playa en Chile.
Su cuerpo fue como un globo durante un rato,
el agua estaba fría y él estaba frío y ningún pez
se acercó a tomarle el pulso.
El encargado del matadero sufrió una parada cardiorrespiratoria
después de una larga hemorragia interna
provocada por la cornada de un toro
en las fiestas populares de su pueblo.
Dicen las enfermeras que su corazón se paró sin mucho esfuerzo,
que durante horas la morgue olió a los ojos de animales con miedo.
El banquero murió
atropellado
por un camión del banco
en un cruce de camino al trabajo.
No había nada en sus huesos rotos que recordase al dinero;
el peso del camión cargado de billetes nuevos hizo aún más difícil para el conductor
frenar a tiempo.
El político se desangró
en la cocina de su casa
de veinte habitaciones
tras recibir dos disparos de un ladrón
que en el fondo lo único que quería era salir con vida.
La alfombra hecha de las pensiones de las viudas
fue una esponja suave y toda la sangre
se quedó allí sin protestar mientras la democracia
se levantaba por la mañana sin ningún problema
para prepararse el café.
El cazador furtivo,
un ario ultraderechista,
murió de malaria
en su cama,
sin nadie que le dijera adiós,
ni un gato que mirase el cadáver,
ni un perro que esperase que se levantara,
el viento a veces se paraba en el quicio de la ventana;
el mosquito que lo infectó sigue posado sobre la rama
del árbol que crece
gracias al cadáver mutilado
de un leopardo.
Al poeta lo mató un vecino
que comprendió
que la mujer de la que hablaba el poeta
en uno de sus poemas
era su esposa.
No hubo pelea.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dolor de espalda.

Soy como el dolor de espalda,
vengo de noche y de día no existo.
Río más fuerte de lo que debería al beber,
bailo al volante en carreteras sin luz,
todas las canciones son mías y sólo yo
las entiendo.
Hace tiempo que cierro la puerta con cuidado
para no despertar a la gente,
nadie duerme cuando siempre duermo
y nadie vive cuando yo me río
en la calle.
Paseo despacio pensando
que mi vida es algo interesante
que debería ser contado
en libros de gente con gusto por la música
y el vino
barato;
no fumo pero
entiendo
la elegancia de fumar mientras se bebe.
No tengo banda sonora y vivo de noche,
no se acuerda nadie de mí y soy como la tierra,
que siempre existe pero rara vez se pisa.
Conozco juegos que te arrancan la vida
y se repiten como fuegos artificiales defectuosos
detrás de la lengua;
escribo mientras amanece
y me tumbo a dormir porque no quiero pensar.
Soy como el dolor de espalda y sólo aparezco
de noche.
Tengo amigos que necesitan pasear
para no
coger el coche
borrachos,
se me secaron los ojos hace años y ahora veo lo que me deja la luna.
No quiero que entendáis nada de mi vida,
mis paseos no son una canción,
quizás cuando me muera me moriré sin más
en un lugar normal con gente normal.
Pero vivo de noche y soy como el dolor de espalda
y encuentro divertido que la gente pasee de día
y que cuando hay luz parece que todo
es distinto.

Como se tortura el sol.

Me torturaré como se tortura el sol,
bajo el whisky miraré cómo mi mano brilla sola;
lloraré como si tuviese miedo en películas de verano,
se me morderán los labios de tanto intentar entenderme.
No veré la carretera mientras los cientoveintekilómetrosporhora
hacen que llorar no tenga sentido con la música;
se me escaparán maldiciones fuera de compás
y Dios entenderá por qué crear es un mal frío.
Escribiré toda mi vida sin llegar a decir
todo lo todo que me arranca la frente;
dejaré sin argumentos a los optimistas más comerciales
y odiaré todo por querer vivir demasiado.
Escribiré toda mi vida y no diré porque no sé cómo
que no tengo nada más que aire y dolor de noches,
y que las pieles me arañan la mente como tardes ardiendo
y que no quiero estar solo y que todo me da igual
salvo
la vida.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Hallelujah

I heard there was
a secret chord.
Leonard Cohen.
Escuché una vez
que de joven solía poder escribir
sobre todo lo que me importa en esta vida,
como los amigos o la muerte;
que de joven era alto y nunca tuve los ojos verdes
y que siempre me he mentido
sobre ello
porque mis ojos eran demasiado bonitos
para ser sólo marrones;
que de joven creía en escribir poesía hasta las cuatro
en ciudades llenas de castillos y montañas,
asediadas por el mar,
rodeadas de acantilados
hechos de piedra negra y que cantaban
con la voz de Jeff Buckley.
Escuché que el amor no es un himno triunfal
ni lo que siempre he vivido,
que el amor era como el aire que queda
entre la piel de tu pecho y las
manos
de agua
sobre la espalda
en la ducha,
era una voz que no era valiente
ni triunfal ni eterna
sino hermosa como sólo las voces
muertas
pueden serlo.
Escuché una vez
que pensaba que podría ser
feliz
algún día o alguna noche
antes de morir,
y ahora sólo quiero que se acaben los lavados de manos interminables
y la guerra de tierra en mi cansancio
y los días sin escribir,
sólo quiero escuchar esa canción
que cantaba
cuando era joven,
que sonaba como un fuego de madera
sin cristal y sin césped,
como el fuego de mis ojos marrones.
Escuché una vez que sonreía
pensando que sabía que mañana sería igual,
y nunca vi venir el peso de las mañanas,
y que no hay igualdad sin libertad ni poesía
sin noche,
ni meses que no existen
sin dormir demasiado.
Escuché una vez que pensaba
que todas las veces
que me levantaba y abría la ventana
merecían la pena,
que alguna vez encontraría una mujer que supiera
que cuando Buckley cantaba que su belleza bajo la luz
de
la
luna
me sobrepasaba,
se lo cantaba a ella.
Escuché una vez una grabación de mí
con mis ojos verdes y mi pelo eterno y la luz
de cuando la luz la comprendíamos y la voz
de cuando creía que podría morir de viejo,
enamorado de alguien como
el mar,
el mar que conocería tanto
que podría plantar árboles en cada esquina y saber
cada bar
de cada puesta de sol
antes de parar de cantar sobre la cubierta llena de agua
salada y de alcohol.
Todas las cosas que escuché
las recuerdo ahora
mientras escucho todas las cosas
que debí escuchar:
que ya he estado aquí antes,
que el amor es un aleluya frío y roto,
que a veces vivir es sólo
mejor
durante seis minutos y treintaicuatro,
que a veces vivir es sólo
saber que no tienes los ojos verdes
y que vas a volver a lavarte las manos cuando acabes el poema,
que vas a volver a abrir la ventana mañana,
que vas a volver a pensar que ella existe y que
una vez fuiste joven
y de ojos verdes.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

A theory on happiness

People say happiness can be found
within the heart,
sitting there as if the heart was a chair,
peacefully making you peaceful.
I think happiness resides in a secret
spot
in the nose,
exposed to the cold of summer mornings
when it is very early and it is
not
yet sunny,
exposed to the rain of all the rainy days
we all will live
before we die and
our noses fade and quietly
become
quiet.
I think happines is there and that is why
people's eyes look different when they are
happy,
because their sight is filtered by
that invisible thing
laying there on their noses,
smiling at the world.
I think this would make
happiness
affordable because all you would need to
do
is be careful and it would
explain
why skimal-kissing your lover
feels so good,
because it would actually be
introducing your happinesses to one
another,
and they would talk and laugh
and smile,]
and they would love each other as
you
and your lover love
each other.
I think that would explain my situation;
I smile and it looks fine
and have I ever told you
I've broken my nose
twice?
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La gente dice que la felicidad se encuentra
en el corazón,
sentada allí como si el corazón fuese una silla,
tranquilamente tranquilizándote.
Yo creo que la felicidad reside en un punto
secreto
de la nariz,
expuesta al frío de las mañanas de verano
cuando es muy temprano y todavía
no está
soleado,
expuesta a la lluvia de todos los días lluviosos
que todos viviremos
antes de morir y de que
nuestras narices se deshagan y silenciosamente
se vuelvan
silenciosas.
Creo que la felicidad está ahí y es por eso
que los ojos de la gente son distintos cuando son
felices,
porque su visión está filtrada por
esa cosa invisible
tumbada ahí en sus narices,
sonriendo al mundo.
Creo que esto haría
la felicidad
alcanzable porque todo lo que tendrías que
hacer
es tener cuidado y
explicaría
por qué besar como los esquimales a tu amante
sienta tan bien,
porque de hecho sería
presentar vuestras felicidades la una a la otra,
y hablarían y reirían y
sonreirían,]
y se amarían la una a la otra
como tú
y tu amante os amáis
el uno al otro.
Creo que eso explicaría mi situación;
sonrío y es una sonrisa normal
y ¿alguna vez te he dicho
que me he roto la nariz
dos veces?

domingo, 26 de octubre de 2014

Es muy fácil juzgar desde fuera.

Yo he analizado las imágenes de The Wasteland de Eliot.
He leído y comprendido los sonetos de Shakespeare.
He escrito críticamente sobre El Paraíso Perdido.
He hecho redacciones literarias sobre Midsummer's Night Dream.
He analizado contrastivamente el Prometeo de Byron con el prometeismo de Frankenstein.
He leído a Sarah Teasdale, a Ray Bradbury, a Huxley, a Donne.
He leído a Cortázar y a Borges y a Baudelaire.
Mi libro favorito es Cien Años de Soledad y entiendo cada frase y me maravillo ante las metáforas y entiendo sus funciones dentro del mecanismo literario.
He sobrevivido gracias a Bukowski y a Koch.
He memorizado a Calderón de la Barca y a Quevedo y a Garcilaso y a Hamlet.
He leído poesía beat, sonetos renacentistas, poesía medieval, poesía apenas inglesa aún; he leído en castellano, en catalán, en francés, en inglés.
He leído en Old y en Middle English y he escrito sobre ello en términos sintácticos y he hecho redacciones sobre la crítica política en Utopía de More.
Aprendí a los cuatro años y me he pasado toda la vida leyendo.
Entiendo las metáforas de Howl, comprendo el simbolismo de
Do not go gente into that good night,
soy capaz de entender aunque aborrezca la sintaxis de Góngora.
Lo único en esta vida
que se me da bien
es la palabra
(cómo resuena Blas de Otero).
Lo saben Ángel González y Neruda y Benedetti y Gil de Biedma y Marlowe.
Lo único en esta vida
que se me da bien
es la palabra,
ningún texto me da miedo.
Y aquí estoy,
después de haber analizado las imágenes de The Wasteland,
comprendido a Shakespeare,
entendido a Milton,
descifrado a Márquez,
aquí estoy,
paralizado y sin ser capaz de explicarme
ocho
líneas
de poesía.

viernes, 24 de octubre de 2014

Sencillez.

Yo no soy muy inteligente, mi amor, nunca lo he sido, pero las pocas ideas ingeniosas que se me ocurren las comparto contigo frente a una copa de vino para que nos riamos.

Yo no soy muy guapo, mi amor, nunca lo he sido, en tercero de primaria me pusieron a la vez aparatos y plantillas y gafas y la genética tampoco ayudaba, pero tengo los ojos tiernos y los labios suaves y si me lo dijeras olvidaría veintidós años de saberme feo.

Yo no soy muy divertido, mi amor, nunca lo he sido, siempre he sido el payaso graciosillo que habla porque se pone nervioso con los silencios largos, pero cuando se me ocurre alguna ocurrencia o alguna observación graciosa lo único que me importa es que te rías, aunque sea durante tres segundos. Soportaría un open mic en el que la gente me mirara fijamente, la peor pesadilla de los stand-up comediants, mientras tú estuvieras en primera fila riéndote de mi torpeza.

Yo no soy muy atlético, mi amor, nunca lo he sido, tengo un cuerpo desgarbado y soy torpe de nacimiento y más de una vez casi me mato solo, y soy pálido como el iris de mis ojos y tengo los pies planos y me duele la espalda de forma crónica, pero sólo pienso en cuánto me gustaría que me vieras jugar al fútbol una vez, mi amor, una vez, que una vez no fuera a tus ojos desgarbado y torpe sino elegante durante los mismos tres segundos de la sonrisa.

Yo no soy muy romántico, mi amor, nunca lo he sido, el mundo me ha ido quitando todas las tonterías peliculeras y las rosas ya no valen y los bombones ya no valen y San Valentín es la única fiesta del año que ignoro de manera activa; pero me basta mirarnos para entender veintidós siglos de amor humano.

Yo no soy buen músico, mi amor, nunca lo he sido, tengo un oído decente y una voz medio agradable pero me cuesta llegar agudo y a la gente no le gusta cómo canto y tampoco sé componer, y jamás fui buen pianista. Una vez te compuse una canción y fue un desastre, pero lo poco que tengo para poder cantar una y otra vez a Buckley lo haría una y otra vez porque cantar para ti es mejor que cantar para cualquier multitud del planeta.

Yo no soy buen escritor, mi amor, nunca lo he sido, tengo una cierta cultura pero también muchos prejuicios con respecto a la literatura y no soy especialmente talentoso ni innovador, pero reescribiría discografías enteras a poemas.

Yo no soy muy maduro, mi amor, nunca lo he sido, cuando era pequeño no me avanzaron un curso porque emocionalmente no estaba preparado, me da miedo todo, el mundo, la muerte, la angustia, la pérdida, el cambio, el dolor, ser mala persona. No soy maduro, mi amor, pero lo poco que tengo de consciencia del futuro lo pondría en tus manos pequeñas. Siempre he sido muy infantil, mira cómo me río con Chiquito de la Calzada y con Bob Esponja y con los chistes malos de un padre en una boda. No soy maduro, mi amor, pero cuando me miras se me quita el miedo a ser pequeño y paso a ser especial.

Yo no soy muy especial, mi amor, nunca lo he sido, viviré una vida como otra cualquiera y como no tendré hijos nadie se acordará de mí después de treinta años; tampoco

soy muy original, mi amor, como puedes ver estoy cumpliendo a rajatabla el protocolo de escrito de amor de película de hora de la siesta, de la parte del final, cuando la protagonista encuentra esto escrito en un folio en su salón o se lo da un amigo.

Yo no soy nadie más que yo, mi amor, nunca lo he sido. No tengo más. Como dirían los Beatles, I may not have a lot to give but what I've got I'll give to you; no soy lo suficientemente inteligente ni guapo ni divertido ni atlético ni romántico ni buen músico ni buen escritor ni maduro ni especial ni original como para escribir un texto que sepa decir cuánto te quiero, mi amor. Ni siquiera,

se me ocurre una forma alternativa de decir 'mi amor'.

Pero tampoco soy buen cínico, mi amor, nunca lo he sido, no supe controlar el cinismo y ahora soy cínico con respecto a ser cínico y veo la belleza en las canciones de tres acordes y una melodía sencilla y One Too Many Mornings de Dylan me pone los pelos de punta y me gustan más las voces rotas y calladas que las voces operáticas y la guitarra con distorsión limpia más que un overdrive exagerado y los poemas cada vez más cortos con palabras como nieve agua o lluvia y veo la simpleza de regalar una rosa de plástico de los chinos o en decir te quiero de una manera tan anodina o cotidiana como cualquier otra como ésta, aquí, en un rincón de Internet al que apenas se han asomado tres mil personas en seis años de existencia y donde esto languidecerá como languidecen las cosas poco originales que, a veces,

son las más sinceras.

martes, 21 de octubre de 2014

Qué bien te engañas, viejo amigo.

Lo tienes todo diseñado para no verla, viejo amigo, lo sé: no vas a ciertas calles, a ciertas zonas; no escuchas ciertas canciones; has relegado el tema a un dolor latente y gris como el de tu angustia existencial, ahí, sentado entre todos los ayeres, donde de vez en cuando te grita en el oído pero al menos no está perpetuamente haciendo que te marees. Lo tienes todo diseñado, viejo amigo, lo sé. Ella no es especial ni deja a su espacio un aura en la que el oxígeno es más bonito o el cielo más claro; esa silla es una silla cualquiera. Pero maldito sea ese señor que está sentado ahí y no es ella, qué hace, quién se cree. Lo tienes todo diseñado para que su existencia sea algo así como la noción de la muerte: está ahí, pero ahora no quiero pensar, ahora no quiero pensar, para qué me lo voy a permitir. Lo tienes todo diseñado con la eficiencia que te caracteriza, viejo amigo, con esa sonrisa tan tuya que llevas tantos años usando sin sonreír. Pero yo te conozco, viejo amigo: lo tienes todo diseñado, pero las guitarras eléctricas no pueden tapar el ruido todo el tiempo, pero es tan fácil ver que se cae con mirarlo, con una coincidencia espaciotemporal, con un recuerdo.

sábado, 18 de octubre de 2014

El pasado simple es el más literario.

Se conocen desde hace seis meses, ella acaba de terminar Genética Molecular y él Biotecnología, empezaron hablando de plegamientos cuaternarios una noche de agosto y se acabaron plegando ellos sobre la cama deshecha. Él recuerda cómo le dolía el cuerpo de pensar en besarla, cómo las manos se le enfriaron al quitarle el sujetador y cómo olía a tranquilidad; ella recuerda lo torpe que era, sus nervios, su pelo incapaz de ser un pelo normal de fotografía de comunión, sus ojos brillando bajo la única bombilla de la habitación, su piel pálida igual que la pared bajo el cobre.

Se conocen desde hace seis meses, han pasado días enteros durmiendo y hablando del aire y ella se ríe de su concepción de la bioética y él no se ríe porque está demasiado ocupado sonriendo. Han paseado sin darse la mano por las calles de la capital y se han sentado a pensar en el agua y se han desnudado despacio y deprisa y siempre han hablado con franqueza y con ternura.

Ahora hace seis meses que se conocen, y ella está dormida, con un pie por encima de su pierna, buscando calor en otoño porque él siempre había sido una estufa, se habían reído, una estufa, ya llegará el invierno. Ella está dormida con un pie sobre su pierna y él mira sus pies medio cruzados y recuerda una canción que no se atreve a cantar porque ella suele despertarse. Él no puede dormir, no puede dormir, mira el techo y escucha pasear al perro por la casa.

Se levanta con cuidado y busca en el salón un papel y un bolígrafo, y se sienta a la mesa a oscuras. No es Bukowski ni Koch pero necesita decir algo, así que intenta olvidarse de su falta de talento y se arremolina el pelo como hace siempre que está nervioso hasta que empieza a escribir. Y escribe:

'Te quiero y no puedo decirlo. Recuerdo la primera vez que te vi, preguntando en la biblioteca por el Alberts 5ª Edición, no quedan copias, yo tengo uno, te acompaño a fotocopiarlo, qué estudias. Tú estabas cansada de estar todo el día en el laboratorio y yo llevaba todo el día intentando que me cuadrara la gráfica de la práctica de las mitocondrias, y ni siquiera la arena de todo el día nos pudo tapar los ojos. No puedo decir lo que fue besarte porque no lo sé, parecía tan complicado y tan difícil y se nos enredaba tanto la madurez en los ojos y la experiencia en las manos y el dolor en los hombros que no teníamos fe ni saliva para arrancarnos el miedo a mordiscos.

Ahora sé que no quieres. Que no te interesan mis mordiscos. Cuántas veces habremos hablado de lo complicado de las emociones humanas, cuántas renuncias habremos perjurado, pero aquí estoy, seis meses después de verte, cientoochentaytrés días después de conocerte, cientoochenta después de decir en voz alta en una azotea con vistas al mar que no me enamoraría de ti, cientoochenta después de decirte que la quería a ella, aquí estoy descubriendo como se descubren las ironías crueles lo verdaderamente complicado de las emociones humanas. Sé que me quieres, que me quieres algo. Que me miras y sonríes como sonríen los gatos bajo los árboles al ver a los humanos agarrarse a las ramas, como sonríen la nieve y la arena y el agua en la playa, sonreír de reconocer que estamos vivos y de ternura de comprensión mutua, sonreír de truco de magia que no entendemos: sé que me quieres, que me quieres algo, pero no me quieres como yo te quiero.

Porque yo te quiero como para que me folles o me hagas el amor a ritmo de Coltrane y de rock viejo y de Davis y de country nuevo hasta que nos quedáramos sin agua fría en la nevera, te quiero como para que me dieras la mano al pasear pero para protegerme del mundo, apretándola suavemente y mirándome para decirme tranquilo pequeño tranquilo músico loco tranquilo cabeza pesada estoy aquí contigo, te quiero sin querer cambiarte nada porque te quiero tan tú como tú seas, te quiero con tus presagios de ruina y tu visión cínica de la bioética y la división ribonucléica, te quiero como quiero a mi idea de que los virus están vivos, te quiero como para entender el tópico antiguo de que todas las obras de ficción, como en el título de la película de Trueba, hablen de nosotros, yo soy él y tú eres ella o yo soy él y tú eres él, te quiero de la manera más pura y más sincera en la que puedo querer y es tanto que se me cae el techo de las costillas y me planteo si escuchar más música tiene sentido, te quiero como quiero los conciertos y cantar en público, te quiero como al espacio que me rodea cuando estoy en alta mar en el barco de mi abuelo y no hay nada y soy libre, te quiero como para que me folles desde que amanezca como en el poema de Donne hasta que oscurezca como en la canción, te quiero como para que me arranques el miedo a besos, te quiero incondicionalmente, te quiero anarquista y antipatriarcalmente, te quiero como cuando me llevaste a aquella charla sobre replicación y fueron dos horas de dibujar en mi libreta mis dibujos sin talento pero eran todos dibujos de ti atendiendo y sonriendo y nunca te los enseñé pero eras guapa hasta en mis dibujos sin talento y nunca lo verías en mis dibujos sin talento pero no me importa que seas guapa porque te quiero como te quiero a ti, te quiero como al teatro y al postureo y a todo lo que soy, como a las tierras lejanas a las que nunca he ido y como a mi ateísmo, te quiero como odiamos el fútbol, te quiero como quisiera poder decirte cómo pero no puedo porque no puedo decirte que te quiero.'

Firma como siempre y se levanta despacio, y su cuerpo pálido como la pared bajo el cobre resalta en la habitación sin bombillas como un monumento contra un río o la justicia en tiempos de pena. El perro viene a saludarlo, él lo acaricia, le habla bajito al perro con nombre de músico, se viste, coge su guitarra y se va.

Ahora pasa el tiempo, y ha pasado la mañana después en la que hablaron, han pasado las lágrimas de él como pasaron las lluvias suaves en el poema de Teasdale o las generaciones de la Biblia y de Hemingway. Ahora pasa el tiempo, y ya no hablan tanto, y él se pregunta siempre que escucha la canción si es verdad que bebe cerveza para recordar su pelo o si la sabiduría popular no miente al decir que hay cosas que parecen imaginarias, que Shakespeare no mentía, que los sueños de una noche de verano pueden durar más de una noche pero no más de un verano. Se pregunta siempre que escucha la otra canción si es verdad que los tigres llegan de noche con sus voces de trueno y que aún sueña con que ella vuelva y su vida pueda ser otra vez una noche asquerosamente calurosa de agosto con un par de cervezas en la nevera y muchas horas de vivir.

Lo llaman. Es ella, hace dos meses que no hablan. Qué raro, se pregunta. Descuelga y saluda,

y estamos lejos, así que no podría decir si ella está cantando Coltrane o algo de Zeppelin

o simplemente está preguntando si está bien y se despiden en silencio.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Luz de Cortázar


Tú estás cansada y yo lo entiendo, cómo no lo voy a entender, tanta luz en el cielo y tanto hablar con la gente que corre hacia sus casas y sus vasos de alcohol. Dices que necesitas descansar y hundirte en una inconsciencia casi vegetal o animal de invierno, tumbada en ese pijama tuyo lleno de manchas de café y dibujos infantiles, el pelo despierto sobre la almohada, tú dormida con tus manos del color de tu cuello abiertas al techo oscuro y al pasar de la tarde; quiero pensar que besarme te sienta como dormir, que igual que te vas hundiendo en el agua y el aceite y la tierra del no estar escuchando las guerras en los países te hundes en la insuficiente calidez de mi boca, con la barriga pegada a la mía y tu respiración aún agarrándote a la vida y a mi lengua; quiero pensar que me quieres como yo te quiero, de una forma tan natural como la madera en el mar o la muerte de los ancianos o la sonrisa de los árboles, de una forma tan natural como nos queremos tú y yo y tan sin medida como nosotros hablando en el sofá, tus manos sobre tus rodillas y mis manos sobre mis pies, los ojos cálidos mirándonos y hablando entre ellos mucho más rápido y mucho más antiguo que nosotros.

Quiero pensar que ahora que descansas descansas pensando en barcos y en playas, y que tapando el amanecer de postal estoy yo, tan torpe como siempre, sonriendo dentro de tus párpados de tela mientras te vas durmiendo y se calla todo el tiempo escucha cómo ya no suena y la vejez escucha cómo ya no suena y los señores mayores hablando de poesía escucha cómo se callan.


martes, 26 de agosto de 2014

Hace mucho calor para ser tan de noche.

Las noches en verano tienen algo de desagradable que casi consigue ahogar el hecho de que son noches sin mañanas de trabajo detrás. Quizás sea el calor o las farolas grises pero algo de todo el conjunto es aburrido y asfixiante como trabajar de nueve a dos todos los días de tu vida.
Yo no tengo paciencia para pensar, nunca la he tenido.  Intento sentarme a beber whisky porque esta noche tengo calor, pero no me gusta el whisky y lo único que hago es poner caras mientras espero a que el hielo se derrita. La tele la tengo puesta por costumbre.
No me han llamado, es la decimonovena vez que no me llaman en los últimos diecinueve días. Ni siquiera me queda ya mucho whisky que beberme a desgana. Y ellos se reirán mañana por la mañana y beberán café en la máquina y charlarán sobre los cumpleaños de sus hijos y no sospecharán nada de mí.
Me costó convencer al psicólogo de que la Beretta era para prácticas de tiro y de que no estaba deprimido. Comprarla no fue difícil, todo el mundo vende mientras les des dinero y no te mates encima de sus trajes. Es una cosa bastante fea, llena de bultitos negros del color de un cojín de sala de espera, y me está arañando el cristal de la mesa de la cocina. La bombilla huele a pizza antigua.
Acabo la copa. Miro el arma.
No quiero pensar en que los árboles me echarán de menos. No tengo dinero. No tengo trabajo. No tengo mujer ni tengo hijos. Sólo tengo este vaso vacío y este cargador medio lleno que mañana encontrarán medio lleno menos uno.
No quiero pensarlo más. Agarro la pistola.
No señor. Pensamos que había sido un fuego artificial de las fiestas de al lado.
No señor. Nunca supimos que escuchaba Tchaikovsky ni que leía Bukowski ni que idolatraba Argentina ni que fue a ver a los Rolling cuando tenía diecisiete.
No señor. No lo vimos sonreír nunca pero tampoco molestaba ni hacía ruido.
No señor. No sabemos por qué lo ha hecho.
No señor. No me interesa quedarme con su biblioteca de poesía contemporánea.
No señor. Nunca me ha gustado el arte moderno. Sólo son rayas.
No señor. ¿Por qué iba alguien a matarse siendo tan joven?
No señor. No sabíamos que bebía tanto.
                Bajé la pistola y la dejé contra la mesa.

                Ningún muerto debería dejar la carga a los vivos de tener que dar tantas explicaciones y justificar tanta ignorancia.