Andabas con la bicicleta por la carretera de campo cuando se te ocurrió
pararte al costado a mirar unas flores rojas, no sabías cuáles y mirá que a vos
siempre te ha encantado la naturaleza e incluso hiciste un curso sobre
ecología, te acordás. Te paraste frente a aquellas cosas que te recordaban a
cuando eras niña y ya tan lista como ahora, una niña incapaz de quedarse quieta
y que bailaba su ballet particular antes de ir a clases particulares de ballet;
punta, plié, relevé, siempre tuviste los deditos de los pies chicos como granos
de arroz y cuando los profesores te invitaban a sugerir tu nota siempre
arrugabas la nariz y te dabas al menos un punto y medio menos de lo que
merecías, porque vos nunca te merecías nada para vos misma. Las flores bailaban
un poco con el viento, sin barra y sin espejo, y vos pensaste que de qué carajo
no se me va este frío, si no hago más que beber té y abrigarme bien, y fijate
que tampoco hace tanto, que se ha estado peor acá, que esto es casi primavera.
Llegabas tarde, así que te montaste de nuevo en la bicicleta con la sensación
de no saber muy bien por qué te habías parado ahí al borde del camino como una
pelotuda, mirá que pararte a mirar flores cuando tenés que llegar al
laboratorio antes de las nueve. Y la naturaleza te gusta, sí, claro, pero una
tiene que aprender a vivir, y aquí se vive así, llegando al laboratorio a las
nueve y no parándose a mirar flores a las ocho y cincuenta y siete; y una tiene
que saber que las cosas hay que controlarlas, porque con los años de ballet
aprendiste que querer mover la cabeza en todas direcciones y dar saltitos y
golpear el aire con los puños y recorrer todo el cuarto haciendo lo que hacía
Lennon cuando gritaba no era bailar, y vos querías bailar. Para vos bailar era
eso, y luego estudiar fue eso, y luego sentir fue eso, y luego amar fue eso, y
luego vivir fue eso: y por eso no te parás a mirar flores porque ir al trabajo
no es eso, pelotuda, que sos pelutuda, porque y si al jefe de departamento le
da por despedirte o te retiran la beca y a ver cómo pagás el depa y el agua,
que el agua no se paga sola.
Te reíste un momento sobre la bicicleta azul, como cuando te reías de cría
porque le habías robado los cereales a mamá o cuando leías aquel libro que
tanto te gustaba del dinosaurio con el bastón que se creía empresario, te
reíste un momento porque no se te iba de la cabeza la imagen de que te estabas
volviendo una compu de tanto trabajar con compus, y te hacía gracia verte allí
con la naricilla convertida en el mouse y las gafitas redondas a modo de
pantallita, con los ojillos marrones como fondo de escritorio. De fondo ya
veías el edificio de la Universidad, la piedra llena de moho y liquen y de un
marrónnaranja que era más color de árbol que de edificio, qué lindo sería
trabajar en un árbol, déjate de boludeces otra vez, centrate, que hoy tenemos
la reunión de las doce y no te concentrás, será el té, siempre te pasás con el
té, te pone nerviosa.
Y te volviste a reír un momento más sobre la bicicleta azul, como cuando te
reías de cría porque le habías robado el bolso a mamá o cuando leías aquel
libro que tanto te gustaba del perro que tenía dos cabezas y hablaba dos
idiomas y se confundía hablando con los otros animales, qué gracioso era y qué
hocicos tan lindos tenía, vos siempre quisiste uno así. Y esta vez no supiste
por qué te reías, y se te hizo raro, porque vos siempre sabías cosas, siempre
sabías las cosas incluso aunque no tuvieras que saberlas, como cuando le
hablabas a los otros pibes en el parque de la muerte y mamá te retaba porque
eso no son cosas para hablar, o cuando preguntabas cosas en clase y los
profesores te miraban raro, vos siempre sabías la temperatura y la hora, y
claro, ahora por qué carajo no sabías por qué tenías frío y por qué te reías.
Pero te reíste igual, te reíste igual y no sabías por qué, y eso te daba
bronca. Tampoco te obsesionés ahora, que sos mucho de obsesionarte con las
cosas, dejalo estar, mirá, ahí tenés para estacionar la bici y rápido que las
escaleras son largas y qué frío va a hacer en el pasillo, claro, si es que son
de piedra y estamos en febrero, y acá llueve siempre.
Paraste la bicicleta y te bajaste, y cruzaste el puentecito de piedra que
daba a la entrada, y de pronto te diste cuenta de que estabas mirando el río
pequeñito que pasaba por debajo, el agua fría del color claro que sólo tienen
las cosas tan frías, casi nieve líquida, y vos ya sabías que eran las nueve y
dos y que llegabas tarde y que la reunión de las doce y que el jefe y el agua,
pero te paraste igual a mirar el río como una pelotuda, movete, andá, dale, que
no llegamos; pero allí seguías, y te acordaste del río de tu ciudad, que era
grande y tenía arbustos gigantescos en la orilla que eran rojos y amarillos y
un templo romano cerca, y te acordaste de cuando ibas allí a intentar ver algún
tiburón porque cuando eras niña pensabas que allí había tiburones, mirá qué
boludez lo que pensabas, tiburones en agua dulce tierra adentro. Te quedaste
mirando el agua y recordando tu niñez, y de pronto te volviste a reír, y esta
vez la risa no fue como cuando te reías de cría porque le habías robado los
pendientes a mamá o cuando leías aquel libro que tanto te gustaba de aquel
pájaro que siempre volaba del revés, con aquellos dibujos tan bonitos que
hicieron que quisieras un pájaro morado durante años hasta que aprendiste que
querer tener pájaros no era eso, no, esta vez la risa fue como cuando te ponías
a bailar por el cuarto y mirabas los ríos que cruzabas.