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lunes, 14 de diciembre de 2015

No me hables de pena.

Buenas tardes,
encantado.
Lo dice con una voz bajita,
como si escucharse doliera.
Tiene el pelo parecido al mío y dos ojos azules
de un rojo helloradohacecincominutos;
es pálido y delgado como yo
y no sonríe al saludarnos.
Lo miro un momento y de lo único que tengo ganas,
aparte de de llorar,
es de abrazarlo y de decirle que tranquilo,
que no tema,
que se acabó.
Pero le digo buenas tardes, qué tal, y nos vamos.
Luego pregunto que por qué estaba
encerrado
en aquel sitio
y me responden que su padre se había suicidado.
Y lo entiendo. Lo entiendo todo.
Me da tanta pena que quiero escribir por primera vez en meses.
Me da tanta pena que consigo escribir por primera vez en meses.
Tenía el pelo como yo y parecía que nunca había visto un bosque,]
ni jugado al futbolín de la sala común,
ni dormido sin ganas de no despertarse.
Era pálido como yo y parecía no querer estar allí ni en ningún sitio,]
tenía las manos más pequeñas que la lluvia de Cummings
aunque no le viera las manos porque las tenía en los bolsillos.
Bukowski escribió que la sonrisa de su madre era la sonrisa
más triste
que había visto nunca:
te reto, Charles.
Te reto a encontrar algo más triste que a este chico.
Y, si lo encuentras, por favor,
no me lo enseñes:
que ya tengo suficiente con un buenas tardes, encantado
como para el resto de mi vida.