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lunes, 14 de diciembre de 2015

No me hables de pena.

Buenas tardes,
encantado.
Lo dice con una voz bajita,
como si escucharse doliera.
Tiene el pelo parecido al mío y dos ojos azules
de un rojo helloradohacecincominutos;
es pálido y delgado como yo
y no sonríe al saludarnos.
Lo miro un momento y de lo único que tengo ganas,
aparte de de llorar,
es de abrazarlo y de decirle que tranquilo,
que no tema,
que se acabó.
Pero le digo buenas tardes, qué tal, y nos vamos.
Luego pregunto que por qué estaba
encerrado
en aquel sitio
y me responden que su padre se había suicidado.
Y lo entiendo. Lo entiendo todo.
Me da tanta pena que quiero escribir por primera vez en meses.
Me da tanta pena que consigo escribir por primera vez en meses.
Tenía el pelo como yo y parecía que nunca había visto un bosque,]
ni jugado al futbolín de la sala común,
ni dormido sin ganas de no despertarse.
Era pálido como yo y parecía no querer estar allí ni en ningún sitio,]
tenía las manos más pequeñas que la lluvia de Cummings
aunque no le viera las manos porque las tenía en los bolsillos.
Bukowski escribió que la sonrisa de su madre era la sonrisa
más triste
que había visto nunca:
te reto, Charles.
Te reto a encontrar algo más triste que a este chico.
Y, si lo encuentras, por favor,
no me lo enseñes:
que ya tengo suficiente con un buenas tardes, encantado
como para el resto de mi vida.

jueves, 20 de agosto de 2015

Poema de urgencia.

Tú y yo hemos conocido muchos
sitios decadentes, y en todos
he visto
cómo
tu forma de sonreír
con todos los músculos de la cara
hacía que los que estábamos allí
nos olvidáramos
de las luces malas y el alcohol viejo y los sillones perdiendo plástico.
No creo que todas las sonrisas puedan hacerme
ignorar
a alguien cantando una canción de las que están en discos
recopilatorios
que jamás compraríamos
exactamente dos tonos por debajo;
y sé que no sirve de mucho que te diga que vivir no siempre alegra,
que todos hemos vivido esto,
que estamos contigo.
Si perdiera tiempo de este poema hablando
de todos los clichés que se le dicen
a alguien triste
por motivos cotidianos
perderíamos un poema.
Hace mucho que no escribo y ni siquiera sé ya si puedo
o lo he ido perdiendo con el tiempo
como si escribir fuesen los números de los botones de un teléfono;
pero necesitas un poema de urgencia y aunque jamás he jurado por nadie
tampoco puedo dejar que pienses que no mereces poesía.
Así que perdóname que no sea mi mejor poema,
y que te diga que es verdad
que duele;
pero si tú eres tonta por ser buena yo soy tonto por no ser como tú
y si tú estás triste por estar viva yo estoy triste por no saber estarlo
como
tú.

sábado, 28 de marzo de 2015

Clapton y los 90.

Conducimos paralelos al sol, y en la radio
suena Clapton.
Ni siquiera él
tiene las manos tan lentas
como el sol.
Tú dices que la luz es difusa
y es verdad que parece
una especie de papel de cromatografía
como si la tierra fuese ácida y el cielo
básico,
y el horizonte no fuese amarillo y verde sino que fuese
azul reacción.
En un momento giramos y ya no vamos paralelos
al amanecer,
pero tampoco importa,
Clapton tampoco suena ya
y él
nos anclaba
a la ciudad de detrás.
A mí se me están cerrando los ojos mientras conduzco
y los edificios se están empezando a juntar en una especie de pared inmensa
y la autopista sube como si fuese una montaña
y nadie nos espera al final porque a nosotros
quién nos va a esperar.
La situación parece
una película americana
de los 90,
donde los créditos empiezan a pasar sobre mis manos rojas al volante.
Somos Bonnie & Clyde y Thelma & Louise y tú y yo,
y no hay precipicio ni policía ni bancos que robar pero tenemos
un día entero delante
para dormir
y pensar en por qué
estamos tan poco cansados
de vivir.
Tú te empeñas en escribir Vida con
mayúscula
y dices que no es lo mismo que la vida,
y yo me acuerdo de un poema de Koch,
y mis manos están rojas como el cielo
y tengo los ojos secos y el pecho amplio de pensar.
Clapton ya no suena
pero si una vez sonó
es suficiente,
porque la Vida se escribe con mayúscula,
voy a creerte,
y hasta hace unos minutos hemos sido
paralelos al amanecer.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Yo no quiero que me quede la palabra.

Yo no quiero que me quede la palabra.
Lo siento, Blas, no quiero que me quede la palabra.
Quiero que me queden los mediodías y los paseos antes de comer y tumbarme en el suelo y la risa y el sexo y la piel de arena tierna y el olor del cansancio y la muerte buena y tranquila y el pelo largo y la juventud y el cuerpo.
No quiero asumir que perdimos, estoy cansado
de que nos digan que perdimos.
Su mayor victoria
fue
hacernos idealizar la derrota.
No perdimos, Blas, no perdimos,
perdimos circunstancialmente, pero no
siempre perderemos,
no siempre,
alguna vez tenemos que ganar.
Yo no quiero que me quede la palabra, Blas,
quiero que me queden mis compañeras y compañeros riendo conmigo y el gas de la cerveza en la nariz y la chaqueta de cuero fría y los árboles sin hojas y los suelos de ladrillos levantados y las calles y las fuentes y los libros con notas y las paredes pintadas de victoria y las noches en chimeneas de países lejanos con música de personas roncas y ríos sucios cerca que traen el frío.
Yo no quiero que me quede la palabra, Blas,
alguna vez tenemos que ganar
y será pronto. Cohen dijo
que cualquier sistema
sin nosotros
será derribado,
y lo derribaremos, tranquilo,
lo derribaremos.
Alguna vez ganaremos,
y a lo mejor es mañana,
y a lo mejor a nosotros nos quedan las noches y el tiempo y las aceras y los bosques infinitos y los caminos de cemento que se acaban justo antes de los árboles y la sensación de estar en alta mar y el cansancio de vivir y la sensación de escribir despacio
y a ellos
sólo les queda la palabra.

domingo, 22 de febrero de 2015

Me encanta saber que moriré.

Me encanta saber que moriré.
Saber que un día seré viejo y tranquilo y mis pies seguirán siendo planos
y no haré ruido al andar sobre el suelo
y mis manos estarán cubiertas de todas las cosas que la vida nos echa encima.
Me encanta saber que moriré porque sé
que morir es el final de todo,
y así puedo sonreír cuando sonrío y besar cuando beso,
sabiendo que esa sonrisa
y ese beso
(si es que
hay dos palabras para ese mismo
acto)
son tiempo de mi vida que no volverá
y que estoy invirtiendo
en estar vivo.
Me encanta saber que moriré porque sé
que quedará algún recuerdo de mí
(tan expansivo, recuerdas, tan expansivo,
decías,
tan expansivo y tan pesado y tan tú siempre,
tan tú, qué otra cosa decir),
algún recuerdo de mí,
alguien recordará que yo le enseñé alguna canción,
o alguien recordará que me vio cantar en algún sitio,
o alguien leerá algo que escribí,
o alguien se acordará de cómo solía reírme yo solo
con los chistes malos que ni siquiera
podía terminar de contar,
cómo me gustaba bailar moviendo los pies raro,
cómo me dolía siempre la espalda,
cómo preguntaba siempre en clase,
alguien recordará que me gustaba cantar todo el día
y no me gustaba el café
y entonces igual sonreirán o no harán nada
y seguirán como hasta entonces sabiendo que a lo mejor
ya no estoy,
pero sabiendo
que fui.
Me encanta saber que moriré
porque sé
que no voy a conseguir mucho en esta vida,
no seré rico ni mejoraré el mundo,
y no creo que sepa vivir siquiera;
pero me encantará morir porque
mejor que estar vivo
es estar vivo en las cosas que ofreciste.

jueves, 12 de febrero de 2015

Si soy mala persona.

Si soy mala persona se me llevará el aire
y no podré entender la piel caliente sin las mantas.
Si soy mala persona me detendré en una calle a pegarme
un tiro en la frente
para que todos comprendan que no quiero vivir
sin ti.
Si soy mala persona pasearé por los bosques de los que siempre hablo,
me sentaré a mirar el mar en una playa cualquiera,
desearé no haber nacido frente a los edificios de la ciudad que siempre
idolatré.
Si soy mala persona nunca entenderé la ternura
de la nana de Brahms ni el cierre automático
de los coches,
tendré frío y hambre y dinero en el bolsillo
y trescientos amigos y el aire de la mañana.
Si soy mala persona mi deprivación de sueño me dejará tranquilo
y escribiré algo bueno
y podré dejar este mundo
sabiendo que quizás
la poesía me salvó,
a
fin
de
cuentas.