Del mar llega un viento
de piedras y aceite
y en la arena noto el
frío que canta
el hielo allí donde la
nieve fue tierra.
Recojo una piedra
pequeña, redonda, lisa
como los huevos de
dinosaurio de Macondo
y en ella veo nadar al
pingüino
y morir a la ballena;
está mojada de un agua
tan antigua,
tan ausente,
que es como una especie
de reloj abandonado
que da todas las horas
a la vez y me recuerda
que el frío que me
limpia la cara
seguirá por ahí mucho
después
de que los hijos que
nunca tendré olviden mi nombre.
Nos llaman para volver
al autobús y se va todo el mundo
y por un minuto, una
especie de cristal perfecto
cansado y terrible y
fluido y afilado,
me siento tranquilo y
bien,
joven como el agua lo
fue alguna vez
allí donde la nieve
aún no era tierra;
y luego vuelven las
piedras pequeñas que me mojan los pies
y el frío que canta
que a ver el mar se
viene dos veces.
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