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sábado, 18 de octubre de 2014

El pasado simple es el más literario.

Se conocen desde hace seis meses, ella acaba de terminar Genética Molecular y él Biotecnología, empezaron hablando de plegamientos cuaternarios una noche de agosto y se acabaron plegando ellos sobre la cama deshecha. Él recuerda cómo le dolía el cuerpo de pensar en besarla, cómo las manos se le enfriaron al quitarle el sujetador y cómo olía a tranquilidad; ella recuerda lo torpe que era, sus nervios, su pelo incapaz de ser un pelo normal de fotografía de comunión, sus ojos brillando bajo la única bombilla de la habitación, su piel pálida igual que la pared bajo el cobre.

Se conocen desde hace seis meses, han pasado días enteros durmiendo y hablando del aire y ella se ríe de su concepción de la bioética y él no se ríe porque está demasiado ocupado sonriendo. Han paseado sin darse la mano por las calles de la capital y se han sentado a pensar en el agua y se han desnudado despacio y deprisa y siempre han hablado con franqueza y con ternura.

Ahora hace seis meses que se conocen, y ella está dormida, con un pie por encima de su pierna, buscando calor en otoño porque él siempre había sido una estufa, se habían reído, una estufa, ya llegará el invierno. Ella está dormida con un pie sobre su pierna y él mira sus pies medio cruzados y recuerda una canción que no se atreve a cantar porque ella suele despertarse. Él no puede dormir, no puede dormir, mira el techo y escucha pasear al perro por la casa.

Se levanta con cuidado y busca en el salón un papel y un bolígrafo, y se sienta a la mesa a oscuras. No es Bukowski ni Koch pero necesita decir algo, así que intenta olvidarse de su falta de talento y se arremolina el pelo como hace siempre que está nervioso hasta que empieza a escribir. Y escribe:

'Te quiero y no puedo decirlo. Recuerdo la primera vez que te vi, preguntando en la biblioteca por el Alberts 5ª Edición, no quedan copias, yo tengo uno, te acompaño a fotocopiarlo, qué estudias. Tú estabas cansada de estar todo el día en el laboratorio y yo llevaba todo el día intentando que me cuadrara la gráfica de la práctica de las mitocondrias, y ni siquiera la arena de todo el día nos pudo tapar los ojos. No puedo decir lo que fue besarte porque no lo sé, parecía tan complicado y tan difícil y se nos enredaba tanto la madurez en los ojos y la experiencia en las manos y el dolor en los hombros que no teníamos fe ni saliva para arrancarnos el miedo a mordiscos.

Ahora sé que no quieres. Que no te interesan mis mordiscos. Cuántas veces habremos hablado de lo complicado de las emociones humanas, cuántas renuncias habremos perjurado, pero aquí estoy, seis meses después de verte, cientoochentaytrés días después de conocerte, cientoochenta después de decir en voz alta en una azotea con vistas al mar que no me enamoraría de ti, cientoochenta después de decirte que la quería a ella, aquí estoy descubriendo como se descubren las ironías crueles lo verdaderamente complicado de las emociones humanas. Sé que me quieres, que me quieres algo. Que me miras y sonríes como sonríen los gatos bajo los árboles al ver a los humanos agarrarse a las ramas, como sonríen la nieve y la arena y el agua en la playa, sonreír de reconocer que estamos vivos y de ternura de comprensión mutua, sonreír de truco de magia que no entendemos: sé que me quieres, que me quieres algo, pero no me quieres como yo te quiero.

Porque yo te quiero como para que me folles o me hagas el amor a ritmo de Coltrane y de rock viejo y de Davis y de country nuevo hasta que nos quedáramos sin agua fría en la nevera, te quiero como para que me dieras la mano al pasear pero para protegerme del mundo, apretándola suavemente y mirándome para decirme tranquilo pequeño tranquilo músico loco tranquilo cabeza pesada estoy aquí contigo, te quiero sin querer cambiarte nada porque te quiero tan tú como tú seas, te quiero con tus presagios de ruina y tu visión cínica de la bioética y la división ribonucléica, te quiero como quiero a mi idea de que los virus están vivos, te quiero como para entender el tópico antiguo de que todas las obras de ficción, como en el título de la película de Trueba, hablen de nosotros, yo soy él y tú eres ella o yo soy él y tú eres él, te quiero de la manera más pura y más sincera en la que puedo querer y es tanto que se me cae el techo de las costillas y me planteo si escuchar más música tiene sentido, te quiero como quiero los conciertos y cantar en público, te quiero como al espacio que me rodea cuando estoy en alta mar en el barco de mi abuelo y no hay nada y soy libre, te quiero como para que me folles desde que amanezca como en el poema de Donne hasta que oscurezca como en la canción, te quiero como para que me arranques el miedo a besos, te quiero incondicionalmente, te quiero anarquista y antipatriarcalmente, te quiero como cuando me llevaste a aquella charla sobre replicación y fueron dos horas de dibujar en mi libreta mis dibujos sin talento pero eran todos dibujos de ti atendiendo y sonriendo y nunca te los enseñé pero eras guapa hasta en mis dibujos sin talento y nunca lo verías en mis dibujos sin talento pero no me importa que seas guapa porque te quiero como te quiero a ti, te quiero como al teatro y al postureo y a todo lo que soy, como a las tierras lejanas a las que nunca he ido y como a mi ateísmo, te quiero como odiamos el fútbol, te quiero como quisiera poder decirte cómo pero no puedo porque no puedo decirte que te quiero.'

Firma como siempre y se levanta despacio, y su cuerpo pálido como la pared bajo el cobre resalta en la habitación sin bombillas como un monumento contra un río o la justicia en tiempos de pena. El perro viene a saludarlo, él lo acaricia, le habla bajito al perro con nombre de músico, se viste, coge su guitarra y se va.

Ahora pasa el tiempo, y ha pasado la mañana después en la que hablaron, han pasado las lágrimas de él como pasaron las lluvias suaves en el poema de Teasdale o las generaciones de la Biblia y de Hemingway. Ahora pasa el tiempo, y ya no hablan tanto, y él se pregunta siempre que escucha la canción si es verdad que bebe cerveza para recordar su pelo o si la sabiduría popular no miente al decir que hay cosas que parecen imaginarias, que Shakespeare no mentía, que los sueños de una noche de verano pueden durar más de una noche pero no más de un verano. Se pregunta siempre que escucha la otra canción si es verdad que los tigres llegan de noche con sus voces de trueno y que aún sueña con que ella vuelva y su vida pueda ser otra vez una noche asquerosamente calurosa de agosto con un par de cervezas en la nevera y muchas horas de vivir.

Lo llaman. Es ella, hace dos meses que no hablan. Qué raro, se pregunta. Descuelga y saluda,

y estamos lejos, así que no podría decir si ella está cantando Coltrane o algo de Zeppelin

o simplemente está preguntando si está bien y se despiden en silencio.

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