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domingo, 23 de noviembre de 2014

Hallelujah

I heard there was
a secret chord.
Leonard Cohen.
Escuché una vez
que de joven solía poder escribir
sobre todo lo que me importa en esta vida,
como los amigos o la muerte;
que de joven era alto y nunca tuve los ojos verdes
y que siempre me he mentido
sobre ello
porque mis ojos eran demasiado bonitos
para ser sólo marrones;
que de joven creía en escribir poesía hasta las cuatro
en ciudades llenas de castillos y montañas,
asediadas por el mar,
rodeadas de acantilados
hechos de piedra negra y que cantaban
con la voz de Jeff Buckley.
Escuché que el amor no es un himno triunfal
ni lo que siempre he vivido,
que el amor era como el aire que queda
entre la piel de tu pecho y las
manos
de agua
sobre la espalda
en la ducha,
era una voz que no era valiente
ni triunfal ni eterna
sino hermosa como sólo las voces
muertas
pueden serlo.
Escuché una vez
que pensaba que podría ser
feliz
algún día o alguna noche
antes de morir,
y ahora sólo quiero que se acaben los lavados de manos interminables
y la guerra de tierra en mi cansancio
y los días sin escribir,
sólo quiero escuchar esa canción
que cantaba
cuando era joven,
que sonaba como un fuego de madera
sin cristal y sin césped,
como el fuego de mis ojos marrones.
Escuché una vez que sonreía
pensando que sabía que mañana sería igual,
y nunca vi venir el peso de las mañanas,
y que no hay igualdad sin libertad ni poesía
sin noche,
ni meses que no existen
sin dormir demasiado.
Escuché una vez que pensaba
que todas las veces
que me levantaba y abría la ventana
merecían la pena,
que alguna vez encontraría una mujer que supiera
que cuando Buckley cantaba que su belleza bajo la luz
de
la
luna
me sobrepasaba,
se lo cantaba a ella.
Escuché una vez una grabación de mí
con mis ojos verdes y mi pelo eterno y la luz
de cuando la luz la comprendíamos y la voz
de cuando creía que podría morir de viejo,
enamorado de alguien como
el mar,
el mar que conocería tanto
que podría plantar árboles en cada esquina y saber
cada bar
de cada puesta de sol
antes de parar de cantar sobre la cubierta llena de agua
salada y de alcohol.
Todas las cosas que escuché
las recuerdo ahora
mientras escucho todas las cosas
que debí escuchar:
que ya he estado aquí antes,
que el amor es un aleluya frío y roto,
que a veces vivir es sólo
mejor
durante seis minutos y treintaicuatro,
que a veces vivir es sólo
saber que no tienes los ojos verdes
y que vas a volver a lavarte las manos cuando acabes el poema,
que vas a volver a abrir la ventana mañana,
que vas a volver a pensar que ella existe y que
una vez fuiste joven
y de ojos verdes.

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