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viernes, 31 de marzo de 2017

Otra tarde de lunes

Podéis encerrarnos a todos,
si os esforzáis puede que incluso matarnos
a todos.
Podéis cerrar todas nuestras habitaciones con tablas y quemar
nuestros papeles amontonados por el suelo,
llenar de cemento nuestros parques y escupir en nuestras tumbas,
enterrar a nuestros muertos en las cunetas y a los vuestros en basílicas,
derramar nuestro vino, disparar a nuestros instrumentos, demoler nuestras paredes,
arrasar con todo lo que una vez fue nuestro y echar cal viva sobre nuestra memoria y nuestras manos.
Podéis dejarnos sin tierra y sin aire, sin tinta, sin lengua y sin ojos,
fusilarnos al amanecer de uno en uno o de quince en quince,
mutilar nuestra libertad y nuestros cuerpos,
obligarnos a usar vuestros nombres,
negarnos el tiempo, la vida, el amor, el agua y la paz.
Podéis reíros de nosotros en vuestras casas,
ser felices a nuestra costa,
gobernar para siempre y acabar
con el sexo y la duda.
Podéis hacerlo todo y algún día,
quizás,
lo hagáis;
tenéis todo lo que hace falta y siempre
ganáis
las guerras.
Podéis encerrarnos a todos,
si os esforzáis puede que incluso matarnos
a todos:
pero lo único que jamás podréis hacer
(y eso es lo único que de verdad
queréis hacer,
y por eso ya hemos ganado)
es impedir que nosotros sepamos quiénes somos,
y que nos sonriamos mutuamente al amanecer
frente a los fusiles,
y que mientras quede uno quedemos todos,
y que cuando ya no quede ninguno
aún podamos escondernos en todo lo que hace
a este mundo soportable.

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