Nº visitas

martes, 1 de marzo de 2011

Escupo en vosotros.

Caminaste despacio por encima de los demás, y decidiste que escribir es aburrido. Así, te partiste un tobillo a pedradas y te arrastraste con los demás, a vivir una vida enamorado de una mujer apática y con una sonrisa preciosa. Decidiste saber a qué sabía una vida, y empezaste a comprarla en packs de a doce, porque te gustó lo que probaste.

Te gustó que fuera fea por las mañanas y dulce por las noches. Como esto está quedando muy normal, vamos a empezar a hacer de este texto algo literariamente cuanto menos, decente. Allá vamos.
Te gustó que ella fuera lo que tú querías que fuera, y que no lo fuera nunca. Ella nunca comprendió que a ti el monte te suponía la libertad de la defensa de la gente y de lo verdadero, pero tú le perdonaste que no creyera en el Che, porque ella te hacía creer en ti. Le perdonaste que no venerara el asma y los fusiles, porque ella te enseñaba a asumir que el Barça perdiera y a contenerte para que no mataras a otros escritores.
Un día subías al cielo y mirabas y veías el mar y el coral y la montaña y todos los peces felices en su insulsa existencia y los restos de petróleo y los incendios y los bolis tirados en la acera y las películas malas que te encantaba ver con ella y la echabas de menos y bajabas.
Luego la veías, y entonces te acordabas de por qué habías subido. Porque ella no quería cambiar el mundo. Un mundo podrido en el que el cielo y la tierra no eran lo mismo. Un mundo lleno de gilipolleces y de trozos de cartón, de autobuses de horas y media llenos de gente hastiada que no sabía qué hacer con gente moribunda aporreando las ventanas.
Decidiste hacer lo correcto.
Te subiste a una nube y le chillaste al mundo lo que pensabas. Que estaba todo mal. Que tú eras un cerdo y él un hijo de puta, que todos pensábamos y escribíamos mucho y nadie cultivaba arroz. Destrozaste puñados de aire con los dedos y le susurraste a los talones millonarios que flotan entre las nubes que eso daba igual, que lo interesante era reírse y llorar y que algún día, nadie recordaría lo caras que eran sus sillas del salón.
Te pegaron un tiro porque te gustaba ser libre, y te dejaron morir encima de la nube que habías elegido porque fue dónde la besaste antes de conocerla, porque fue donde supiste que la amabas, porque fue
donde decidiste
morir por su mundo.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario