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martes, 1 de marzo de 2011

Sí, es para el Che.

Para el monte eras un hijo.
Para la tierra, un hermano.
Fuiste el pariente de todos cuantos pudiste.
Para el monte, un padre.
Para la tierra, un árbol.
Tu nicotina era savia.
Savia para el monte y para la tierra.
En cada paso polvoriento sobre lugares sin nombre dejaste claro que eras el más grande de los dioses.
Convertiste tu cultura en una idea. Una idea loca y tan valiente,
tan digna]
tan abierta a las ventanas de los ojos de los hombres,
que moriste solo.
Los libros aún te esperan en casa. Todos te esperamos en casa.
Y tú te has ido. No has vuelto. Has abandonado un mundo lamentable y traicionero. Un mundo del que reniegas.
Un mundo que intentaste cambiar.
Acumulaste tierra sobre tus poros, para ser más monte.
Renunciaste a la vida por morir siendo libre.
El sol sigue saliendo allí, donde caíste, ¿te acuerdas?
Los hombres se siguen matando y mintiendo y nadie se acuerda de ti con cariño, allí, donde caíste.
Pero en una biblioteca sola,
donde se reúnen cada tres tardes
borrachos con problemas, sordos sin sentido,
desatendidos sociales sin ganas de seguir viviendo,
allí, tu foto
preside la sala.
El sol sigue saliendo allí, donde caíste, ¿te acuerdas?
Donde caíste por una tierra que jamás te quiso.
Para el monte fuiste un cáncer.
Para la tierra, un suplicio.
El cáncer y el suplicio de la bondad más absoluta.
El cáncer y el suplicio de que sólo tú eras así.
El aire temblaba de miedo ante tu asma.
Tus pulmones, demolidos por la marcha y por el hambre.
Por la tierra y por el monte, por el monte y por la tierra.
El sol sigue iluminando a los que no te merecen.
Dime, ¿qué mas da?
No te dará ya calor, a ti.
A ti, no.
Al monte, sí.
A la tierra, todo.
Pero el monte y la tierra están condenados a la tortura eterna
de guiar los pasos de los seres indignos.
De no guiar más los pasos macilentos de los héroes caídos.
Los héroes caídos por el monte y por la tierra.

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