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domingo, 8 de mayo de 2011

No me contradigo, no es paradójico, es lo que es.

Verás, hay veces en las que te mueres por decirle algo a alguien y no puedes. Entonces, optas por la solución más fácil, que es escribir (en realidad, la solución más fácil es el silencio, pero también es la única solución que conlleva saltar desde un tercer piso y quedarte allí abajo). Escribes, porque tú sabes hacerlo, y dices muchísimas cosas de una manera tan sutil y tan elegante que nadie sabe qué estás diciendo realmente ni a quién. Ése es el truco. Usas adjetivos cultos y disfrazas el verdadero mensaje, tan simple como la palabra que lo inspira, en un montón de trazos que suenan bien y suenan hueco, pero que oye, esconden algo más profundo. Lo que pasa, y aquí está la clave, es que como sabes escribir, lo esconden muy bien.
¿Qué? ¿Qué eso es lo que estoy haciendo ahora? Sí, puede ser. Quizás no, por otro lado; quizás esto sólo sea un texto ensayístico. Pero oye, igual tienes razón. Igual estoy disfrazando con las palabras.
Si tuviera que disfrazar con las palabras, lo haría del Che, un adjetivo para la estrella, dos verbos para la gorra, una frase para la barba. Un libro para la idea.
Si estuviera disfrazando con las palabras, entonces esta sería la parte del texto en la que empezaría a decir cosas bonitas para la persona a la cual le disfrazo el mensaje. Diría cosas como que me encantaría leer todos mis libros con ella, todas mis películas, tocarle todas las canciones que sé y enseñarla a ser feliz. Enseñarla a ser feliz conmigo, sin necesidad del alcohol para disfrazar mi mediocridad; ser feliz en todos los lugares y a todas las horas, independientemente de la hora del día, por muy temprana que sea, o de la brevedad de la noche. Me encantaría tumbarme con ella en todos los céspedes y en todas las aceras; demostrarle que se puede vivir sin necesidad de levantarse cada mañana. Le diría todas esas cosas, le diría que todas las vidas de todas las personas serían como los violines del acompañamiento, pero qué carajo, nosotros seríamos el piano solista, tú una mano y yo la otra, sin saber dónde estamos porque estamos juntos. Diría todas esas cosas, si estuviera disfrazando un mensaje con las palabras. Pero, ¿no las he dicho, no?
No, no estoy disfrazando un mensaje con las palabras. Para eso habría que ser buen escritor. Yo sólo estoy vistiendo de satén una idea suicida.

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